lunes, 3 de noviembre de 2008

Felicitaciones, Iván


Esta es sin duda mi alegría de la semana: Iván Thays, finalista del Premio Herralde con su novela, Un lugar llamado Oreja de Perro. Mi querido amigo, uno de los maestros de mi vida; un comprometido con la palabra y todas sus posibilidades, un excelente lector, que persigue el detalle como Nabokov a las mariposas; más disciplinado que vanidoso. ¡Espero que apenas vuelvas del viaje, con esperanzas nuevas, celebremos!

Ganador del Herralde resultó el gran escritor mexicano, Daniel Sada, quien ha dicho del premio: "es como recibir un frasco de vitaminas" y sobre Casi nunca, la obra ganadora: "Quería escribir una novela cercana al pudor exacerbado, donde el deseo creciera y se engrandeciera, con un contrapunto de perversión inaudito. Y manejarme en esos dos extremos, sin que el nivel de intriga decreciera".

Ya pude ver el único ejemplar que trajo consigo Iván. Solo pude ojear el comienzo. Y ahora no veo la hora de que Océano lo distribuya acá, a precio justo, como él mismo dice. Este el discurso que leyó el día de la gran noticia y que publicó en su Moleskine literario:


"Quiero empezar diciendo que me siento muy orgulloso de haber quedado finalista en el premio Herralde, que tanto significa para la literatura en nuestra lengua, un año tan exigente como éste donde el ganador es un escritor de la experiencia y el talento de Daniel Sada y donde se publicará, además, por primera vez, los tres libros que llegaron la penúltima deliberación y que pertenece a autores muy jóvenes de Argentina, España y México. Eso habla mejor que nada de la alta calidad de la cosecha de este año. Mi novela Un lugar llamado Oreja de perro tiene una premisa muy simple, pero al mismo tiempo muy ambiciosa y compleja. Un hombre pierde a su hijo de cinco años y unos meses más tarde es abandonado por su esposa. ¿Qué pasa entonces? No sabe qué hacer, se queda detenido en la inacción, en el instante, se califica a sí mismo como un hombre invisible. Paralelamente, es enviado como periodista a una zona muy alejada de la sierra peruana, una de las zonas más endurecidas y arrasadas por la violencia de los años 80, llamada Oreja de perro. Me gusta el nombre del lugar, que existe de verdad y que ciertamente ha sido uno de los más golpeados durante los años del terrorismo. Los hombres incapaces de actuar tienen una sensibilidad distinta, escuchan con un oído más fino, son más perceptivos a lo que pasa alrededor de ellos, como si tuviesen el oído de un perro. Y así de perceptivo es el personaje de mi novela, que transcurre durante 48 horas en Perú pero en un espacio más parecido al territorio silencioso y denso de una película de David Lynch antes que a una descripción antropológica o topográfica de un lugar geográfico específico. Lo que pretendía es que fuese una novela que implicase a todos. Es decir, supongamos que explota una bomba en Paseo de Gracia: ¿Qué hacen uds? ¿Corren a donar sangre o se queda mirando por TV lo que está sucediendo? La mujer que aman descubre descubre, de pronto, que ha dejado de amarlos o nunca los amó ¿Qué hacen entonces? ¿Se colocan entre ella y la puerta para evitar que se vaya? ¿Le escriben miles de emails para convencerla de que regrese? ¿Se arrojan a sus pies? O simplemente la dejan irse y empiezan a afinar su oreja de perro para tratar de entender el mundo pero sin participar de él directamente. En esa disyuntiva vive mi personaje, que un lector amigo ha comparado con el protagonista de Blow Up, una de mis películas favoritas. Su hijo pequeño ha muerto, su mujer se va, y él se la pasa mirando TV y películas en DVD deseando tener amnesia para olvidar todo lo que lo hace sufrir. Pero al mismo tiempo, el país entero le dice que recuerde las muertes ocurridas, que enfrentar la verdad y no olvidar nuestros muestros es el único medio de comprender, aceptar y reconciliarse con la realidad. ¿Qué puede hacer él de pie entre esas dos líneas que se cruzan? Mi novela intenta responder esa pregunta. Es un libro que "trata sobre mí mismo y sobre todo lo demás", como diría el adolescente protagonista de mi novela La disciplina de la vanidad. Yo creo que todos los libros tratan, al fin y al cabo, de eso mismo.Escribir esta novela me costó ocho años de vida. Pero al final aprendí algo, o mucho. Aprendí, por ejemplo, que todos vivimos en algún momento, tarde o temprano, en un lugar llamado Oreja de perro.
Muchas gracias".

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