Además de suscribirme a una revista, estrené mi tarjeta de crédito comprándome un sofá y un comedor. Repito: estaba harta de los muebles donados o comprados con un novio de hacía años que me hizo infeliz. Necesitaba un cambio. Volvía de la playa y me dije: esto es, voy a comprarlos ahora, al diablo. Para qué ahorrar y ahorrar si lo que tengo no me alcanza ni para la inicial de un depa ni para la inicial de un auto. Como supuse encontré rápido lo que buscaba. Por primera vez en mi vida firmé un voucher. Sentí una tremenda desconfianza por el voucher, pero una gran confianza en mí misma. Estaba haciendo una compra grande sin culpa. Me sentía grande al fin, una mujer de 32 y no una chica de 16 a veces x 2. No como cuando me compré una tele nueva hace unos años y me costó mucho disfrutarla. Cada vez que la encendía se activaba en mí el arrepentimiento, como si no me la mereciera. Apenas llegué a casa encontré en mi celular cinco llamadas perdidas y dos mensajes de voz: "Señorita Adaui, llamamos de la central de fraudes del banco tal para saber si usted realmente hizo una compra por el monto tal". No tenía saldo para devolver la llamada y la tienda al frente de casa estaba cerrada. No podía comprar una tarjeta prepago. Ingresé a Internet. Encontré dos mails diciéndome lo mismo: que los contactase de inmediato. Me anunciaban que habían bloqueado la tarjeta para evitar un robo. Mientras escribía la respuesta: "sí, hice una compra por tal monto" y escribía mi DNI para confirmarles que yo era yo y les contaba lo feliz que estaba con mis muebles nuevos, me llamó mi cuñado a decirme que lo habían llamado del banco preguntando desesperados por mí. Entonces lo confirmé: la central de fraudes de un banco se esfuerza por encontrarte más que una oficina de cobranzas coactivas: te ubican como sea y no te dejan en paz hasta que no los contactes. Imagino que es atendida por unos muchachos que esconden sus alas bajo un saco.
La palabra que tanto escribo en mi trabajo, "crisis", llegó hoy a mi vida luego de meses de un sostenido crecimiento: he vivido un fraude personal. Lo asumo, es parte de aprender a crecer y luchar por perdonar, pero cuánto duele. Cuánto hubiera querido que una central de fraudes me llamase para advertirme lo que se venía: yo misma, sin saberlo, podría llegar a robarme. Al igual que con una compra con la tarjeta de crédito, ya firmé el voucher de esto. No hay marcha atrás. Ahora debo esperar que lleguen el estado de cuenta, el bulto, la fecha para pagar. Esta vez el arrepentimiento vino antes que el bulto.
La palabra que tanto escribo en mi trabajo, "crisis", llegó hoy a mi vida luego de meses de un sostenido crecimiento: he vivido un fraude personal. Lo asumo, es parte de aprender a crecer y luchar por perdonar, pero cuánto duele. Cuánto hubiera querido que una central de fraudes me llamase para advertirme lo que se venía: yo misma, sin saberlo, podría llegar a robarme. Al igual que con una compra con la tarjeta de crédito, ya firmé el voucher de esto. No hay marcha atrás. Ahora debo esperar que lleguen el estado de cuenta, el bulto, la fecha para pagar. Esta vez el arrepentimiento vino antes que el bulto.
En mi trabajo también escribo: "tiempo de crisis, tiempo de oportunidad". Ordenaré mis cuentas. Saldaré mis deudas. Rechazaré lo que no me sirve. Lo que no encaja en mi sala no encaja en mi vida.
......
La foto la tomé en Guayaquil.
2 comentarios:
Divertido y honesto comentario Kathya. Y la foto no tiene pierde.
Saludos.
Augusto Effio
me gusto mas la parte "confirmarles que yo era yo" (muy buena);y a eso que le llaman central de fraudes le caeria mejor central de gallinazos.
saludos, un abrazo :)
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