martes, 7 de abril de 2009

Los hombres que caen


Cuando las Torres Gemelas se incendiaban en uno de los peores actos terroristas de la historia, cerca de 200 hombres y mujeres decidieron lanzarse al vacío. Los bomberos que trabajaban en los edificios escucharon que se quebraba el techo de vidrio sobre sus cabezas. Supieron: alguien se ha suicidado. Comprendieron: el primero que ha caído será el primero de muchos. Aquellos que observaban la escena desde otras calles y otros edificios se marcharon. No podían soportarlo. ¿Quién puede soportarlo? Desde los televisores en nuestras casas no eramos capaces de ver estos suicidios, porque las cenizas, las llamas y el humo cubrían las ventanas. Sin embargo, podíamos presentir que algo así estaba pasando. La tragedia se sintonizaba en vivo y en directo. El corazón de las finanzas se había convertido en el corazón del horror. Hasta ahora no podemos creerlo.

De la misma manera y en nuestro propio país, los muertos de Fujimori permanecieron mucho tiempo ocultos, pese a los esfuerzos de algunos porque viéramos la verdad. Sabíamos que algo pasaba, pero no a nosotros. Se hacinaban los caídos, inindentificables en fosas clandestinas, asesinados por la espalda, delante de sus familiares. Pero estaban allí. Están allí por un prejuicio. El primero que cayó fue el primero de muchos. No podemos ser indiferentes al respecto a cambio de carreteras, PBI positivo y una "presunta" paz. El muerto de uno es el muerto de todos.
Hasta ahora no lo creemos.

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