miércoles, 29 de abril de 2009

Expresso Book Machine


Elegida el invento del año por encima del iPhone, es la impresora más poderosa del momento. Tiene un archivo de 500 mil libros. Basta con elegir uno, imprimirlo (imprime 100 páginas por minuto) y encuadernarlo al instante. Ya se encuentra en varios museos de Nueva York y en una librería de Londres.

Para The Guardian, es “uno de los cambios más grandes para la literatura mundial desde que Gutemberg inventara la imprenta hace más de 500 años”. Aunque quisiera tener una igual en mi habitación, no quiero ni pensar lo que harían nuestros creativos "piratas" con tremendo poder.

martes, 28 de abril de 2009

La felicidad en un tren


Un hombre feliz no puede ser escritor, le ha dicho Paul Theroux a Santiago Roncagliolo en un encuentro que pudo darse en un tren. Hay que imaginar para vivir y viajar para aprender. Escribir es un descubrimiento, el encuentro de dos mundos: el ajeno, el propio. Escribir es una larga crónica de viajes que uno se escribe a sí mismo.
La nota completa aquí:

Vilariño y Benedetti


En Uruguay nadie piensa hoy en la influenza porcina, en el dengue o en si José Mujica se hace la víctima o no. Uruguay piensa hoy en sus poetas.
Luego de una vida longeva dedicada a la literatura, la muerte se llevó hoy a la escritora Idea Vilariño a los 89 años. Fue ensayista, crítica, traductora de Shakespeare, compositora y gran poeta. Su obsesión era el ritmo como se desprende en “La suplicante” y “Poesía”.

Vilariño pertenecía a la Generación del 45 junto con Mario Benedetti. El poeta de 88 años vuelve a tener problemas de salud y se encuentra internado en un hospital de Montevideo. El año pasado debió ser hospitalizado tres veces y supo salir adelante, riéndose de los achaques, del destino. Aguante, Mario.

A Vilariño ya se le concedió ese mundo dormido:

CONCÉDEME ESOS CIELOS, ESOS MUNDOS DORMIDOS...

Concédeme esos cielos, esos mundos dormidos,
el peso del silencio, ese arco, ese abandono,
enciéndeme las manos,
ahóndame la vida
con la dádiva dulce que te pido.

Dame la luz sombría, apasionada y firme
de esos cielos lejanos, la armonía
de esos mundos sellados,
dame el límite mudo, el detenido
contorno de esas lunas de sombra,
su contenido canto.

Tú, el negado, da todo,
tú, el poderoso, pide,
tú, el silencioso, dame la dádiva dulcísima
de esa miel inmediata y sin sentido.

lunes, 27 de abril de 2009

Bisturí

Al principio solo fue una ampolla.
Ahora son verrugas.
La más grande ha comenzado a sangrar.
Aparecen y desaparecen en sus pies,
como un calambre de madrugada.
Se pincha la más grande con el poste del arete.
Se pregunta por qué no hace algo con ellas.
Por qué no busca una solución definitiva.
Un ataque con armas de destrucción masiva de verrugas:
Acido láctico. Nitrógeno líquido. Bisturí.
Le dicen que felizmente no le salen en la cara.
Para ella sus pies son su cara.
Se siente como un cepillo de dientes: sola en un vaso.
En el vaso queda un poco de agua.
No se lavará los dientes.
Se ahogará en el consejo de su madre:
"Y te daba chocolate para que no llores
y tú decías que eras feliz de nuevo".
Comerá chocolate.
Observa las plantas de sus pies que aún caminan
y se pregunta si acaso su madre sabe más que dios.

¿Estamos listos?


Un amigo que debía volver hoy a México ha preferido quedarse en Lima y no por la comida. La razón: el virus de la influenza porcina. Según me contó, en México hay más de mil quinientos infectados. Tiene un amigo en un alto cargo en un hospital del D.F, le ha dicho: “esto es lo más parecido a la gripe española que mató a tantos en el diecinueve”. Ha muerto una persona que él conoce, me dice que la enfermedad ya tiene un rostro para él. La gente anda por la calle con "tapabocas"; mañana cerrarían el metro y el aeropuerto. Los diarios hablan de misas y partidos de fútbol "a puerta cerrada". Mi hermana que es especialista en genética molecular en el Instituto de Medicina Tropical de Amberes está muy asustada: si este virus muta y se contagia de hombre a hombre comenzaría la pandemia. En general el virus de la gripe suele mutar tan rápido que las vacunas no funcionan. En el aeropuerto de Lima ya hay letreros alertando de esta enfermedad y revisiones a los pasajeros que vienen de México, Centroamérica y Estados Unidos. Me pregunto si el virus ya está aquí. Sé que esto no tiene nada que ver con dejar de comer chancho, pero… ¿estará relacionado con que nuestros sistemas son tan parecidos a los del chancho? No entiendo nada. Me asusta recordar que entre animales podemos contagiarnos. ¿Llegará a ser pandemia? ¿Estamos de verdad tan unidos para combatir esta influenza antes de que cause más muertos? ¿Estamos listos?

La foto es del Nuevo Herald.

domingo, 26 de abril de 2009

La vida de Flannery

Sé que aún falta mucho para mi viaje a Nueva York, pero estoy segura de que este será el primer libro que me compraré. Los que han leído la biografía de Flannery O´Connor a cargo de Brad Gooch dicen que revela mucho de los enigmas de su infancia y de su breve vida adulta. Mi autora favorita murió de lupus a los 39 años, la misma enfermedad que había matado a su padre. Más allá del dolor y del "cautiverio" que la mantuvieron postrada, supo vivir en soledad, alejada del mundo literario, de la fama, para dedicarse a escribir, acompañada por unos seres que habitaban su granja tanto como su imaginación: los pavos reales.

sábado, 25 de abril de 2009

Ventanas

Observar a través de una ventana es enfrentarse a todo lo que está vivo y a todo lo que está muerto. A mí me gustan las ventanas que nunca se cierran, como las puertas. Estas son las fotos que he tomado. Algunas ya las he publicado en el blog, pero en serie se comprenden mejor.








jueves, 23 de abril de 2009

Los olvidados (no los de Buñuel, los míos)


La Matadora Rossana "Roca" Díaz, orgullosa fan de Woody Allen y de la algarrobina, presentará su primer libro de cuentos, esta vez gracias a Estruendomudo. Los olvidados (no los de Buñuel, los míos) fue finalista del Premio PUCP 2004. Sus personajes están entrelazados por la soledad, el humor, el cine, el pasado. Aprenden a dialogar en un mundo donde la comunicación se hace cada vez más difícil.

Ricardo Sumalavia dice:

«Con este libro de cuentos tenemos la impresión de que se quisiera congelar una imagen, la de la navaja que entra en nuestros ojos. La protagonista de muchos de estos cuentos descubre que en Europa, en barrios como Lavapiés, el juego está perdido de antemano para muchos; en particular para los inmigrantes, quienes en distintas categorías pasan de ser los que recordaban a ser los nuevos olvidados. La regla de juego, si se quiere. Siempre es así; pero es bueno recordarlo, o que alguien nos lo recuerde. Y si tiene la pericia de este libro, todavía mejor».

Cuándo: Lunes 27 de abril a las 7:30 p.m.
Dónde: Centro Cultural de España
Presentan: Iván Thays y María Luisa del Río
El ingreso es libre.

Anne Hathaway


¿Alguien sabe por qué la esposa de Shakespeare y la actriz de La boda de Raquel se llaman igual?

Anne Hathaway (1556 –1623) / “Item I gyve unto my wife my second best bed…” (from Shakespeare’s will)

Anne Hathaway (1982 -) / Buscando fotos me encuentro con que esa misma coincidencia la descubrió hace poco un cronista de The New Yorker. Y resulta que la señorita ahora actúa en una obra del ciclo Shakespeare en el parque.

miércoles, 22 de abril de 2009

Festín: qué bonita palabra

Alimentarse sin culpa, entregarse a los sabores como al amor, compartir una mesa con amigos que se miran a los ojos. Si lo pienso, los momentos más felices de mi vida tienen que ver con la comida y el consenso que ocasiona. Un sabor rememorado es una prueba de nostalgia: no puedo tomar café puro porque nunca será tan especial como el que preparaba mi abuela; la panadería de la esquina de la casa de mis papás prepara un pye de limón tan desabrido que me quita las ganas de probar otro.
En mi casa nunca hubo mucha pompa a la hora de comer. Mi mamá cocina delicioso. Es una italiana que odia las pizzas. Sus platos fuertes son los peruanos, bien condimentados, contundentes, sabrosos. Mi papá también cocina rico. Es árabe, adora hacer hojas de parra, pero las frituras le salen con el toque perfecto de grasa. En una de mis fotos favoritas suyas está disfrutando el chocolate como un niño. Por eso no me extraña que durante toda mi vida yo haya aprendido a alimentarme de contradicciones.
Una de mis alegrías del verano que se fue también se relaciona con la comida y su influencia sobre la amistad. A Diego lo he querido rápido porque repasa el plato con los dedos y se los chupa después. Su cara es obscena y hermosa. Yo como con las manos, imposible no identificarme con él. Mi papá se ha inventado que como así, gracias a su ascendencia árabe. Ya que mi hermana corta hasta el mango con cuchillo, para mí tiene mucho que ver con el pasado militar de papá. No me dejaba robarme las papas fritas ni el pollo broaster que preparaba (en la cocina había una puerta vaivén, cuando él iba por más harina yo cogía una alita al vuelo). Pero cuando estaban listos en la mesa decía: "¡Ataquen!". Y luego: "Yo ataco por la derecha, ustedes por la izquierda. Todos tenemos que cooperar". La mesa debía ser la zona neutral donde no se gritase ni se hablase de las malas notas ni de las cosas feas que pasaba la televisión. Sin embargo, cuántas veces los mandé al diablo porque empezaban a pelearse y debí volver a la cocina para llevarme mi plato a la habitación. El hambre se comía mis ganas de ser consecuente.
Diego toca, huele y siente todo lo que come. Para mí eso lo hace más gourmet que un experimentado chef. Nació comiendo, nació sabiendo. Todos le preguntamos a dónde debemos ir y qué debemos probar. Nunca come el mismo plato en la misma semana. Se inventa recetas todo el tiempo. Es casero de varios mercados. Ayer le preparé pollo al curry e intentó remover la salsa varias veces. Se movía inquieto como un pericote atrapado detrás de la refrigeradora. No le quedó otra alegría más que poner la mesa. No la puso, la decoró. Por supuesto decidió en qué plato debíamos comer y sugirió que hubiera quedado "más tailandés" con crema de coco. Me entristeció un poco que no se chupara los dedos, aunque sí me pidió más arroz.
Me encantó Ratatouille, pero a Diego le debo hacerme ver la película que resume la explosión de sensaciones que se produce durante y después de una buena comida, El festín de Babette. La cinta recrea un cuento de la escritora danesa Isak Dinesen. A través de una cena que ha preparado con dedicación y humildad, una francesa enseña a dos hermanas luteranas y a su comunidad en Jutlandia, que Dios ha querido que el placer y la prudencia se sienten a la mesa. A Diego también le debo haberme hecho conocer un sitio tan entrañable, cálido como Kei en Henry Revett en Miraflores, una nueva fuente de soda donde comí una barra de manzana, una de limón y un brownie, uno detrás de otro. Me gustó que me los entregaran en una bolsa de papel, "para que la recicles", me dijo Karen, la dueña. Con su inocente vestido y su aroma a flores me recordó mucho a mi hermana. Ella todo lo recicla, sobre todo las ausencias.
Diego es Dieguette.
Cocinar para los que queremos es un acto divino: ellos prueban los platos solo por fe. Cocinar sin quejarse después del más pesado día de trabajo es un acto de heroismo. Una de las cosas que más atesoro de mi país es el maridaje de ingredientes perfectos de costa, sierra, selva. De vez en cuando sorprendo a mis papás con un plato inventado. Mamá tiene artritis y ya no puede cocinar. Papá prepara mermelada con un vaso de azúcar por cada vaso de fruta y la conserva en potes donde antes hubo detergente (la pruebo y casi presiento la burbujita escaparse de mi boca). Sé que si dejan de reclamarme por gastarme el sueldo en langostinos o por cualquier otra cosa, la receta ha funcionado. Cocinar con placer y comer con placer es para mí como escribir un texto: siempre quiero más. Un festín de palabras viejas para encontrar un sabor nuevo.

Clint Eastwood: Cazador blanco, corazón negro


Hitchcock le propuso dirigir juntos una película. Le toma un día decidir si aceptará un guión o no. No le gusta repetir las escenas. Fue el primer cowboy gringo en Italia, en un rol que Charles Bronson rechazó. Logró la mejor actuación de Kevin Costner en UN MUNDO PERFECTO. Y aunque diga que no hay betún suficiente para oscurecer su pelo, ni lija tan potente como para suavizar todas sus arrugas, Clint Eastwood seguirá narrando sobre las debilidades, cinismos y grandezas de sus héroes. Ahora es turno de Nelson Mandela.

Esta es la bajada para un texto de Eastwood que escribí para el actual número de Dedomedio. Pueden encontrarlo aquí, aunque no del todo completo (ya lo colgaré cuando acabe abril): http://dedomedio.com/magazine.php?ID=24

martes, 21 de abril de 2009

Hoy en El Británico de Miraflores

Hoy estaré con César Bedón y Lucho Zuñiga compartiendo mesa para conversar sobre la relación entre los blogs y la literatura, como parte del encuentro Escritores conectados por la urbe. Supongo que debo confesar a estas alturas que soy una estafadora de los blogs, porque no sé cómo usar las etiquetas ni para qué sirven ni tantas otras cosas que serían de mayor provecho para los lectores. Y aunque estoy de acuerdo con los nuevos formatos y soportes que permiten que más personas se interesen por la lectura, creo que lo mejor es leer del papel aunque se haga cada vez más lejano el perfume a tinta.
El ingreso es libre.
Será a las 7:30 p.m.

sábado, 18 de abril de 2009

Central de fraudes

Además de suscribirme a una revista, estrené mi tarjeta de crédito comprándome un sofá y un comedor. Repito: estaba harta de los muebles donados o comprados con un novio de hacía años que me hizo infeliz. Necesitaba un cambio. Volvía de la playa y me dije: esto es, voy a comprarlos ahora, al diablo. Para qué ahorrar y ahorrar si lo que tengo no me alcanza ni para la inicial de un depa ni para la inicial de un auto. Como supuse encontré rápido lo que buscaba. Por primera vez en mi vida firmé un voucher. Sentí una tremenda desconfianza por el voucher, pero una gran confianza en mí misma. Estaba haciendo una compra grande sin culpa. Me sentía grande al fin, una mujer de 32 y no una chica de 16 a veces x 2. No como cuando me compré una tele nueva hace unos años y me costó mucho disfrutarla. Cada vez que la encendía se activaba en mí el arrepentimiento, como si no me la mereciera. Apenas llegué a casa encontré en mi celular cinco llamadas perdidas y dos mensajes de voz: "Señorita Adaui, llamamos de la central de fraudes del banco tal para saber si usted realmente hizo una compra por el monto tal". No tenía saldo para devolver la llamada y la tienda al frente de casa estaba cerrada. No podía comprar una tarjeta prepago. Ingresé a Internet. Encontré dos mails diciéndome lo mismo: que los contactase de inmediato. Me anunciaban que habían bloqueado la tarjeta para evitar un robo. Mientras escribía la respuesta: "sí, hice una compra por tal monto" y escribía mi DNI para confirmarles que yo era yo y les contaba lo feliz que estaba con mis muebles nuevos, me llamó mi cuñado a decirme que lo habían llamado del banco preguntando desesperados por mí. Entonces lo confirmé: la central de fraudes de un banco se esfuerza por encontrarte más que una oficina de cobranzas coactivas: te ubican como sea y no te dejan en paz hasta que no los contactes. Imagino que es atendida por unos muchachos que esconden sus alas bajo un saco.

La palabra que tanto escribo en mi trabajo, "crisis", llegó hoy a mi vida luego de meses de un sostenido crecimiento: he vivido un fraude personal. Lo asumo, es parte de aprender a crecer y luchar por perdonar, pero cuánto duele. Cuánto hubiera querido que una central de fraudes me llamase para advertirme lo que se venía: yo misma, sin saberlo, podría llegar a robarme. Al igual que con una compra con la tarjeta de crédito, ya firmé el voucher de esto. No hay marcha atrás. Ahora debo esperar que lleguen el estado de cuenta, el bulto, la fecha para pagar. Esta vez el arrepentimiento vino antes que el bulto.
En mi trabajo también escribo: "tiempo de crisis, tiempo de oportunidad". Ordenaré mis cuentas. Saldaré mis deudas. Rechazaré lo que no me sirve. Lo que no encaja en mi sala no encaja en mi vida.
......
La foto la tomé en Guayaquil.

jueves, 16 de abril de 2009

Isla

Un pájaro.
Tatuarte un animal,
un pájaro. De trinos bienvenidos,
que se pose cierto en tu brazo en cada viaje,
que una vez llegado al puerto te señale: hoy
se ha anclado el azul en tu retina. Sobrevive un
conjunto de esperanzas en un barco, detrás queda
en los puertos el frío, el frío anonimato de las risas.

martes, 14 de abril de 2009

Pasta o pollo

on
Escribí esto hace un par de años luego de un viaje de pesadilla en un avión. Creo que ahora ya no escribo así, pero igual lo comparto con ustedes.

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PASTA O POLLO

-Siempre me dan miedo los aviones. Ustedes los jóvenes no le tienen miedo a nada.
-No se preocupe, señora.
-Me dan tanto miedo. Uno no los puede controlar.
-No se preocupe.
-¿Y si se cae? ¿Y si hay secuestradores? Con un tenedor nos pueden reducir a todos. Ya lo hemos visto.
-Sigue siendo el medio más seguro.
-No hay estadísticas que valgan. Un pájaro se puede meter en uno de los motores. Con un solo motor no llegaremos a ninguna parte. Un pájaro tumbando a otro pájaro.
-Ya estamos despegando.
-Este es el momento más inseguro, como el aterrizaje. Y cuando está volando…
-Si le da tanto miedo, hubiera tomado algo.
-Ya me tomé dos pastillas. Para los nervios, para dormir. Pero tardan en hacer efecto y en una hora vamos a llegar. Seguro me quedo dormida en el sofá de mi hijo justo antes del almuerzo. Seguro le dará pena despertarme. Es abogado. Es bueno el muchacho y me da una pena, lo explotan en el trabajo. Él ve todo lo que es impuestos.
-Estése tranquila entonces.
-No puedo. No confío en los pilotos. Cómo pueden volar con estas nubes, no ven nada. No se ve nada.
-Señora, estos aviones cuentan con la última tecnología. La flota más moderna de Latinoamérica”. Lo están mostrando en la tele, ¿ve?
-Lo único que sé es que tengo un nieto que es piloto. Nunca volaría con él. Ni siquiera tiene bigote.
-Hubiera ido por tierra.
-¿Pretende usted que con la columna como la tengo me quede sentada como una tonta dieciocho horas seguidas?
-Bueno, no.
-Pero estos asientos son peores que los del carro. Ya no dan cojines para la cabeza. Ya no dan mantitas, antes me las llevaba, pedía que las pasaran de atrás para adelante. Antes te preguntaban pasta o pollo.
-Es un vuelo de una hora.
-En una hora pueden pasar muchas cosas. A la gente la ansiedad le da hambre. ¿Somos humanos o qué?
-Hubiera tomado un buen desayuno.
-¿Y si vomitaba? Se imagina qué vergüenza una mujer como yo vomitando. Le hubiera arruinado los zapatos.
-Si le da náuseas aquí adelante están las bolsas...
-Se me han ido las ganas, pero este frío no me lo quita nadie. ¿Lee usted?
-La revista del avión.
-¿Le gusta gastar en perfumes y lapiceros? Con lo que cuesta la plata.
-...
-¿Qué lee?
-Las instrucciones de seguridad.
-Lea, lea por si acaso. Estaremos sobrevolando Los Andes. Si quiere lea en voz alta. Pronto comenzarán las turbulencias y esos vacíos terribles. ¿Siente cómo se mueve?
-Señora, ¿Por qué no se quita los zapatos y se relaja? Ya no falta nada.
-Se me hinchan los pies, si le contara… una vez casi me dio trombosis. Además hay que estar preparados. Si nos caemos lo mejor es tener las zapatillas bien puestas. Me gusta estar pendiente por si tengo que sacar el asiento. No sabría usarlo de flotador.
-Lo bueno es que está usted en el pasillo. La dejaré salir primero, aunque no va a pasar nada. El cielo está tranquilo.
-Yo no estoy tranquila. Las desgracias se dan en un parpadeo. En un descuido se nos va la vida entera. ¿Por qué ha dicho usted que el cielo está tranquilo?
-Estoy siempre al tanto de estas cosas. Compro meteoritos.
-¿Meteoritos?
-Sí, señora.
-¿Qué dice que hacía usted?
-Trabajo en una casa de remates. Vemos temas de historia natural. Justo adonde vamos cayó uno hace dos días.
-Ahora que lo dice algo leí en las noticias.
-No es muy grande, pero igual queremos verlo. Los pobladores están asustados. Se han dado casos de histeria colectiva.
-Ah. No sabía eso.
-Los meteoritos son fascinantes. No hay por qué tenerles miedo.
-Será Dios que juega a las bochas contra su propia creación.
-Hay mucha gente interesada en comprarlos. Si viera usted las pujas que hay por Internet. Todo el tiempo nos piden reportes, nos llaman para cotizar. ¿No leyó que un meteorito llegó a costar más de cien mil dólares?
-Parece el mercado negro. ¿No será usted narco? ¿Sabe su madre a lo que se dedica?
-Señora, los meteoritos son testimonio de un sorprendente accidente natural. ¿Sabía usted que son como la caja negra de la historia?
-¿Caja negra? Sí que es usted una mala persona. No me hable más que no le voy a responder. No, no insista...

lunes, 13 de abril de 2009

Jamás


El perro de la vecina, espulgado, alimentado y querido, olfatea el hocico del perro que se ha apropiado de la cuadra. Tiembla el suyo ante los aromas, sabores, territorios jamás conquistados; tiembla su cola, todo él tiembla durante un minuto entero.
Luego olvida.

domingo, 12 de abril de 2009

Hablemos de diseño

Ahora que redecoro mi sala y dono los muebles que alguna vez me donaron, estoy obsesionada con la combinación rojo y negro; lo vintage y lo absolutamente moderno; los detalles. He mezclado todo sin respeto, orden con desorden, mi sala es como una cocina loca, y estoy contenta esperando que funcione. Me es imprescindible rodearme de un ambiente inspirador, de un toque de belleza que, sin costarme mucho dinero ni esfuerzo, me haga sentir más viva, en un espacio de alguna manera propio, aunque alquilado, que pueda llamar casa y darme la ilusión de hogar. Este preámbulo es para comentar dos tiendas dedicadas al diseño; una que ya existe, otra que nace, una que está en Lima, otra que está en Cusco.
Descentralizaré.
A la espalda del hotel Monasterio, en la calle Choquehuanca, dos diseñadoras de joyas se unieron para inaugurar esta semana la tienda Puquna, dedicada a la venta de todo tipo de arte creado por manos peruanas: fotografía, pintura, grabado, artesanía, escultura; muebles labrados en cuero, joyas, y siguen los etc. Desde el logo ya provoca visitarla. Esta es su web (aún en construcción): http://puqunaperu.com/

En Miraflores, en el Centro Comercial Cantuarias, está la divertida tienda Electrocute. Apoya a los diseñadores de ropa y de accesorios para que no solo vean en ella un canal de distribución sino una fuente de retroalimentación e impulso a su trabajo. Un diseñador exclusivo de la tienda es Kute Art Store (http://kute-art-store.blogspot.com/), con creaciones influenciadas por el anime. Aquí la web de Electrocute: http://www.tiendaelectrocute.com/

sábado, 11 de abril de 2009

Ventana

Cada vez me intereso más por la fotografía. No quiero que llegue el día en que solo piense en ella. Es una ola que ya comenzó a cubrirme. Supe que me gustaba cuando aprendí a valorar la obra de amigos fotógrafos. Las pasiones se contagian por admiración. Hugo me regaló un díptico, una foto de postes en serie y otra de una laguna; tienen en común el cielo. Mandé a enmarcar las fotos en negro, rodeadas del respectivo espacio blanco. Esta noche las he colgado en mi sala. Van a juego con el nuevo sofá y el nuevo comedor de diario, también en negro. No puedo dejar de observarlas. Cuanto más lo hago, más detalles encuentro. Nuevos tonos y la luz que se filtra. En las fotos siempre es de día. Es como ver el amanecer a toda hora. Mis padres no comprenden esto. Cuando se es mayor, muy mayor, desaparece la capacidad de asombro y todo es perder el tiempo y perder. Voy a buscar una cámara de fotos profesional antes de mi viaje a Nueva York. Quiero en mi casa fotos que signifiquen algo para mí; quiero regalar fotos enmarcadas a mis amigos, y devolverle a Hugo el amanecer que ha compartido conmigo. Siempre me ilusionaron, intocables, las palabras rascacielos, quinta avenida, gran manzana. Voy a capturarlas.
Ser la que observa a través de una ventana que nace improvisada; nunca olvidar lo que he amado, pese a lo breve de la revelación. Así me sentí cuando tomé esta foto de las calles de Cuenca, desde un bus en movimiento. A Hugo le ha gustado. Un segundo para hacer mío el instante, y nuestro.

martes, 7 de abril de 2009

Seis horas para dormir

Esto es algo que escribí hace muchos años, incluso antes de cumplir los treinta, cuando tildaba la palabra "solo". No sé a qué género pertenece. No tengo idea de nada. Pero me parece divertido haberlo descubierto en mi computadora, releerlo y compartirlo sin editar.
............
Cuando estás a punto de cumplir treinta, lo primero que se te viene a la cabeza es que en otros treinta, tendrás sesenta. Quieres pensar en lo injusto que es el atropello que ocurre afuera, pero no estás de acuerdo: hay cosas mucho más injustas, al menos esta noche. Estás en tu cama, te has frito dos huevos con sal y orégano y tu perro te observa como si fueras la mejor compañía. Eso no es lo que te extraña. Tú mismo te sientes así: Mejor conmigo que sin mí en este departamentito que comparto con quien más me comprende. ¿Será posible depender tanto de los ojos hipnóticos de un perro con cerquillo, cuando la vecina paralítica del segundo piso te dice que, junto con su madre, viuda desde hace una semana, duermen justo al frente de tu ventana y los aullidos…? Lo que te estremece hasta la médula es la película que acabas de ver sobre alguien que lo tenía todo y murió a los veintisiete. Te das cuenta de que ha muerto tan joven, tan joven (por cosas que tú dijiste que jamás harías y sí hiciste), que sufres y maldices por los otros treinta que tenía por delante. Alguien es un genio muerto y tú te sientes genial de estar vivo. Aliviado por la certeza de tu propia juventud, te comprometes a revelar tu edad, bajo cualquier circunstancia: no tengo patas de gallo a menos que sonría: soy inmortal. ¿Siempre dirás tu edad? Hasta los cuarenta, de allí que calculen, igual no es fácil si desconocen la edad de tu mamá. Cada vez que haces esto, un anciano apunta en su “cuaderno de recordar”:

-Ya verás cuando estés de este lado y te bañen y apestes. Ahora yo tengo todo el tiempo del mundo, porque sólo necesito seis horas para dormir.

Lo mismo ocurre cuando visitas a un amigo que está lejos, la estadía te sale gratis y a su país alquilado siempre quisiste ir, y descubres que aún tiene en lugar preferencial la foto que le enviaste escalando una montaña (peor si es en su billetera, junto con la de su familia). No escalas más, ni corres para ganarle al semáforo, esquivas al pequeño pozo de agua de lluvia como si fuera arena movediza. Te convences de que tu amigo colgó la foto ayer, como tú hubieras hecho, y te conmueve que te quiera igual que siempre. En realidad, él necesita ver tu cara en el transitado pasadizo rumbo al baño, para asegurarse de que no has cambiado, como él no lo ha hecho. No puedes decirle que eres otro, al decepcionarlo, te verías como eres en el espejo, el pasado que se aleja abanicando un pañuelo desgastado, ilusiones suspendidas en telarañas. ¿Sabe él que imitaste su letra cuando niño porque dudabas de los trazos legibles de la tuya (y que la sigues manteniendo y que al fin te pertenece)? Entonces, sólo cuentas la parte de la historia en la que no eres culpable; en la que te abandonaron; en la que nunca quisiste hacerlo; en la que sólo estabas sintiendo; en la que no era tan necesario disculparse. Editas lo que has hecho hasta los veintiocho y te callas los dos últimos años, porque cuanto más has vivido, más te has divertido cometiendo los mismos errores. Te has hecho más fuerte y ha habido alguien más débil llorando. Estás felizmente seguro que por ti. Piensas esto mientras abres la ventana para que se vaya el olor a fritanga y repasas, de vuelta en tu cama, las fotos que te miran desde todos los ángulos. El reloj que has evitado mirar desde que llegaste del trabajo parece anunciarte que faltan cinco minutos para que cumplas treinta. Distingues la foto de tu mejor amiga de ahora. Recuerdas que en una crisis de “él nunca se levanta para cambiarle los pañales”, te pidió quedarse a dormir con su bebé en tu departamento. Él la dejó con todo y cuna y tú los instalaste en el cuarto de al lado, en tu escritorio. A las tres de la madrugada, el bebé lloró, y tu amiga te pidió permiso para dormir los tres juntos; la cama es más cómoda y tu cuarto menos húmedo. Tú accediste porque a veces puedes compartir tu soledad. Y cierta nostalgia en lo que aún no tienes porque no quieres. El bebé te quitó tu almohada favorita, gritando a todo pulmón. Las pateó a ambas como un pulpo ciego. Tu amiga lo miró con cara de “ojalá tuviera ya cinco años (y fuera al colegio)”. En el insomnio de tu vecina coja y de su madre viuda, tu amiga abrió los ojos desvelados para anunciar: “le voy a dar la fórmula, con eso va a dejar de llorar”.
Todo sucedió como había predicho con la sabiduría tácita y universal de la maternidad. El reloj acaricia las doce, todos tus zapatos están pares, alineados en el suelo del clóset. En cada tictac, te mimetizas más con tu almohada favorita, nace el deseo de chuparte el pulgar y dejas que se te estruje el alma en una sola pregunta: ¿Dónde está mi mamá ahora para darme esa fórmula?

Los hombres que caen


Cuando las Torres Gemelas se incendiaban en uno de los peores actos terroristas de la historia, cerca de 200 hombres y mujeres decidieron lanzarse al vacío. Los bomberos que trabajaban en los edificios escucharon que se quebraba el techo de vidrio sobre sus cabezas. Supieron: alguien se ha suicidado. Comprendieron: el primero que ha caído será el primero de muchos. Aquellos que observaban la escena desde otras calles y otros edificios se marcharon. No podían soportarlo. ¿Quién puede soportarlo? Desde los televisores en nuestras casas no eramos capaces de ver estos suicidios, porque las cenizas, las llamas y el humo cubrían las ventanas. Sin embargo, podíamos presentir que algo así estaba pasando. La tragedia se sintonizaba en vivo y en directo. El corazón de las finanzas se había convertido en el corazón del horror. Hasta ahora no podemos creerlo.

De la misma manera y en nuestro propio país, los muertos de Fujimori permanecieron mucho tiempo ocultos, pese a los esfuerzos de algunos porque viéramos la verdad. Sabíamos que algo pasaba, pero no a nosotros. Se hacinaban los caídos, inindentificables en fosas clandestinas, asesinados por la espalda, delante de sus familiares. Pero estaban allí. Están allí por un prejuicio. El primero que cayó fue el primero de muchos. No podemos ser indiferentes al respecto a cambio de carreteras, PBI positivo y una "presunta" paz. El muerto de uno es el muerto de todos.
Hasta ahora no lo creemos.

lunes, 6 de abril de 2009

Fujimori culpable

Ayer publiqué en mi facebook "espero 20 años de cárcel para Fujimori". La respuesta de mis amigos fue inmediata y polarizada. Hoy por fin se hizo justicia: 25 años de cárcel para Fujimori. Así como lo hizo con Cofopri, buscaba legalizar lo ilegalizable: matar civiles, ordenar grupos paramilitares, aliarse con asesinos, esterilizar masivamente, oprimir a la oposición, perseguir a la prensa, infiltrar espías hasta en hospitales, invadir para poseer una casa, comprar titulares, etc. Ni hablar. Que a mí no se me haya muerto un familiar por una bomba o asesinado por la espalda y enterrado en una fosa común, no significa que no haya sufrido o vivido pérdidas. Repito: el muerto de uno es el muerto de todos. Por algo nos llamamos: humanidad. Haber trabajado como periodista casi 5 años en Canal N, en pleno gobierno de Fujimori, me hizo ser testigo de amenazas a periodistas y venganzas sobre la mesa. Que no haya sido reportera no significa que no haya redactado o escuchado o visto. Todo el día recibíamos amenazas de bomba, yo misma contestaba los teléfonos de prensa pues era asistente y le contaba a Gilberto Hume, entonces director del canal, de la nueva amenaza. Hasta balearon la puerta del canal. Algunos congresistas fujimoristas llamaban desesperados luego de que emitiéramos el famoso primer vladivideo Kouri-Montesinos. Yo estaba en la mesa de informaciones cuando llegó Popi Olivera al canal rumbo al hotel Bolívar con varias copias de seguridad de ese video. Teníamos las cámaras en el pleno del Congreso. Era increíble ver la cara de paranoia de Kouri y creer que por fin una a una comenzaban a caer las fichas del peor rompecabezas de violencia que ha vivido el país. Igual de alucinante fue ver a Fujimori buscando a Montesinos en camionetas, señalando por todas partes como un desquiciado Sheriff, luego de haber compartido corbatas, planes y sangre con él. En cuántas marchas participé cuando estudiaba periodismo -en esa misma época- y hombres con chaleco de periodista pero sin credencial nos pedían información de nuestros amigos. A uno le pegaron y no lo vimos varios días.


Dejé el periodismo y me dediqué a escribir porque me asqueó la política, la corrupción, la injusticia. No soy de izquierda, tampoco de derecha. Y hoy algunos dicen que la Comisión de la Verdad ha distorsionado las cosas o que no necesitamos un Museo de la Memoria: al gobierno, a los militares, a la policía, a los ronderos... a todos se les fue la mano en nombre de la pacificación. Y Sendero y el MRTA cuánto terror causaron. Yo vi todos los Ground Zero de mi ciudad cuando las bombas llegaron acá. Mis padres nos llevaron a mi hermana y a mí para mostrarnos la realidad y agradezco que lo hayan hecho: todavía recuerdo la punta de una reja clavada en un árbol tras decapitar a un periodista de Canal 2. Yo recuerdo.


Tengo en mi casa una copia del informe final que hiciera la comisión que investigó a Fujimori en el Congreso, presidida por Diez Canseco. Quien necesite verla para recordar, me la puede pedir y se la presto. Las vendas son para las heridas, no para los ojos. No entiendo este pensamiento: Fujimori fue un desgraciado, pero Keiko me cae bien. ¿Vamos a votar por la hija de un asesino que piensa como él? ¿Acaso no hemos aprendido?

domingo, 5 de abril de 2009

Escritores conectados por la urbe


Borrador Editores ha reunido a un grupo de escritores, algunos nóveles como yo, otros con más trayectoria, para un ciclo de conversaciones y debates, con foro abierto a las preguntas del público, denominado Nuevas tendencias de la literatura peruana-Escritores conectados por la urbe.
Se desarrolla todos los martes de abril en el auditorio del Británico de Miraflores. El ingreso es libre. El moderador es Julio Zavala, editor de Borrador y creador del blog: http://www.mononoaware1.blogspot.com/
Compartiré mesa con César Bedón, autor de Un sol que en invierno y Lucho Zuñiga, autor de El círculo Blum. Conversaremos sobre nuestros libros, los blogs, la inspiración, la creatividad, las estructuras y por qué nos quedamos aquí. Si no van al concierto de Gloria Estefan, están invitados a darse una vuelta.
Cómo no está Claudita Ulloa por estos lares...
Día: Martes 21 de abril
Hora: 7:30 p.m.
Lugar: Malecón Balta 1740, Miraflores

Spirit of ´ 76 de John Updike, extracto

Hace un par de meses me suscribí por tiempo indefinido a The New Yorker. Poder comprarla por Internet y recibirla en Lima fue la principal motivación para tener tarjeta de crédito, la primera de mi vida. Cuando ya me convencía de que nunca me llegaría la revista, recibí dos ejemplares juntos. En el número del 16 de marzo aparece un grupo de poemas del recientemente fallecido John Updike que serán publicados este mes bajo el título Endpoint and Other Poems. Este es mi extracto favorito:
Be with me, words, a little longer; you
have given me my quitclaim in the sun,
sealud shut my adolescente wounds, made light
of grownup troubles, turned to my advantage
what in most lives would be pure deficit,
and formed, of those I loved, more solid ghosts.

Ilustración archivo The New Yorker.

sábado, 4 de abril de 2009

En Miami con M de Mamá

¿En un arranque de amor y de locura no han invitado alguna vez a su madre de viaje? Yo tuve esa genial ideal el año pasado. Esta es la crónica del viaje que hicimos a Miami y que Dedomedio publicó en su momento. Cuando ella leyó la nota (gracias a un primo soplón), no me habló tres días. Para mi suerte ya comprendió que nuestra vida común me inspira. Si le van a contar que lo he publicado acá, mejor no lo lean.
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Luego de muchos años de trabajar sin descanso y de rechazar una oferta laboral que a todos les parecía irrechazable, decidí abrir el cajón de ahorros y volver a Miami Beach. Había ido antes, a los doce años, para curarme de una falsa meningitis, y a los quince para conocer, ya sin ilusión, al Pato Donald. En ambas ocasiones mi mamá me había llevado, y esta vez, a los treintaiuno, luego de intentar sin éxito buscar una compañía idónea, decidí que quizás no era una locura pedirle a mi madre que fuese conmigo.

La realidad, sin embargo, es esta: Nos separan 38 años… con sus revoluciones, guerras y breves armisticios. Algunas hipótesis respecto a mi madre, para ir resumiendo: Estoy segura de que si mi mamá hubiera sido Presidenta volveríamos a tener problemas limítrofes con todos los países hermanos. Por otra parte, tiene cero olfato para los negocios aunque se considera a sí misma un lince. Alguna vez puso una tienda de pasteles, que compraba en una panadería y los vendía al doble. Estaba segura de su éxito aunque la panadería quedaba a una cuadra de distancia.
Y aquello que llamamos “sentido del tacto”, tan importante en algunos humanos de la especie, en ella se limita estrictamente a la acción de estirar la mano y saber si el agua de la ducha está fría o caliente.

-Tía, mira, ¡he bajado 10 kilos! –le dijo mi mejor amiga.
-¿Estás segura?

Debo aceptar que en un momento asumí como una virtud incluso imitable disparar siempre las palabras directo al cerebro. Es honesta y graciosa, pensé alguna vez. Esos errores de interpretación se deben pagar en alguna clase de antesala al infierno cuando estemos muertos, supongo.
Por mi parte vivo sola desde hace 7 años, lo que ella ha decodificado como: Madrugadora. Bohemia. Mentirosa. Me dice, y a veces no le falta razón: Me has mentido tanto que ya no puedo creerte nada.
Por el Día de la Madre le entregué una tarjetita que decía: ¿Quieres ir a Miami conmigo? Mis amigos, que la conocen y la han sufrido, me preguntaban si sabía en qué me estaba metiendo. Era obvio que no lo sabía. Ella se alegró como yo lo había hecho antes. Anunció que al fin podría comprar su Glucosamina de 1600 mg, su Calcio con Chondrition, y todas esas pastillas de alucinantes cantidades que solo se encuentran en EE.UU. Un shopping geriátrico, digamos. Pongámonos en su lugar: Se fracturó una vértebra, tiene 3 hernias lumbares.

Conseguí pasajes baratos y solicité silla de ruedas en todos los aeropuertos para que no permaneciera mucho de pie en las colas de migraciones. Le presté dinero para la bolsa de viaje y tomamos un avión de Taca rumbo a Miami, con escalas en Colombia y Costa Rica. Mientras pasaban el video con las medidas de seguridad, me pidió que comprobase si el chaleco salvavidas estaba donde debía estar. Luego de rogarles que le cambiaran “ventana” por “pasillo”, insistía en hablarle a cada compañero de asiento, aunque estuviese con los audífonos y leyendo al mismo tiempo. Cuando comenzaron las infaltables turbulencias sobre Los Andes, asumió con dignidad el puesto vigía y aulló a los pasajeros para recomendarles que se pusieran de nuevo el cinturón. Empujó al de adelante para que acomodara su asiento en vertical.
-¡Pero dígale que lo haga ya, señorita!
Me aferré a los brazos de la silla. Nauseada, entregué después mis manos sudorosas a mi mamá. La incurable nostalgia de un momento seguro y feliz. Desde el 11 de septiembre tengo miedo.
En el aeropuerto de San José solo se puede fumar en el Nimbus Lounge. La conduje hasta allá en la silla de ruedas; me expulsó el humo contenido por esa pipa gigante. Me puse a leer en una sala contigua. Dos horas después salió de pie, empujando su silla, como recién sanada por algún pastor brasileño del canal 5. Camuflaba, con gran estilo, el encendedor en su corsé. ¡Lo había metido de contrabando en la cabina del avión! Mi madre podría dar lecciones de cinismo a la hora de pasar las revisiones de los aeropuertos al burrier más experimentado.

La primera impresión de Miami Beach un sábado a la medianoche. El aroma a canchita dulce, que yo tanto recordaba, desapareció. En la calle saltaban a ritmo de reggaetón acerados Hummer, Mini Cooper, BMW, Mercedes, Mustang, Porsche, Lamborghini, Ferrari, Maserati, Rolls Royce. ¿Dónde los siempre fieles Volskwagen, Honda y Toyota? Simplemente no existen.
Dos estadísticas del Nuevo Herald impactan como un Reality Show: Muchos no tienen ni para comer, pero siguen manteniendo un auto carísimo. Miami ostenta la más alta tasa de “furia al volante” de todo EE.UU. Sin embargo, el sistema de transporte es ordenado, en bus o tren puedes movilizarte por casi toda la ciudad; o alquilar un auto a 55 dólares diarios (¡30 son de estacionamiento!).
Las mujeres son imprescindibles en la estética nocturna de Miami. En sus altísimos tacones, con vestidos que comienzan o terminan en las nalgas, las piernas bronceadas, toman las calles como a una pasarela improvisada, afrontan sin inmutarse el concierto de gritos y cláxones de los conductores.

Dejamos las maletas en nuestra habitación del Continental Oceanfront South Miami Beach, nombre bastante honorable para las cucarachas que atropellamos con las rueditas, el persistente olor a lejía y el escarchado que se desprende. Caminamos por Collins, ingresamos al Walgreens de la esquina. Compré ese tipo de cosas que uno solo compraría en Miami: un kilo de pistachos, imanes con arena de South Beach, capuchino en botella, vitaminas para el cabello, parches para depilación sin cera, una crema autobronceadora con SPF 50. Coincidí con mi mamá en la caja, pagando orgullosa similar cantidad de pertrechos, incluyendo una toalla que decía Drama Queen y una tablita de surfear para el espejo del auto que no tiene. Estuvimos 3 horas curioseando por todas las góndolas, descubriendo necesidades “urgentes” que cubrir con productos que jamás habíamos sabido que existían. Al día siguiente, temprano, caminamos la infinita cuadra que nos separaba de la ansiada playa.
-Ojo, que no he venido hasta acá para ir a la playa- me advirtió decidida-. Y tú no has venido hasta acá solo para leer.
Se recostó en una blanquísima tarima y de inmediato se apareció un amable ecuatoriano a cobrarle 10 dólares, que ella se negó a pagar y que debí hacerlo yo.
-Mamá, ¿puedes dejar de mostrar tu corsé, por favor?
Me distraje con la vista. El mar plateado brillante, quieto, como empozado. Detrás de la caseta del salvavidas ondeaba la bandera morada de “vida marina peligrosa”. De un clavado me metí al agua caliente. Me raspé toda porque me llegaba a los tobillos, y nadé y nadé y nadé hasta que mi mamá y la tarima se fundieron en un solo punto blanco, con el océano bailándome en las axilas.
Los días que siguieron, cada vez que discutía con ella, me escapé al mar. El agua como una puerta al final de cualquier aeropuerto: Empuje, emergencias solamente.

Comer otra cosa que las calorías pornográficas de McDonald´s es posible en la avenida Washington. Bullen los restaurantes cubanos con sus infaltables cuadros de Celia Cruz, los letreros de “volveremos” y sus rocolas con canciones de El Puma y Sinatra. Por 6 dólares te sirven pollo empanizado con frejoles, arroz y ensalada. Luego, es de rigor tomarse “la coladita”, un dulce shot de cafeína a la vena. El más barato Internet por la zona es Kafka´s Cybercafe, donde además alquilan libros. Me intrigó el nombre del cyber. Me pregunté si no estaría auspiciado por las simpáticas mascotas domésticas de mi hotel.

Por las madrugadas, entre mi mamá que flotaba en su deliciosa duermevela de Xanax, la repetición de Gerardo y el ruidoso motor del aire acondicionado, huía a Ocean Drive o a Lincoln Road. Cuadras de tiendas, galerías, restaurantes y bares con el glamour del aire libre y de la media iluminación. Los chihuahas sudando debajo de las mesas. Los mimos confundidos entre la gente, con su tácito permiso para hacerle de todo. Las mesas repletas de cortinas de minifaldas y torsos sin camisa saltando entre las copas. Uno de esos instantes en que una cree que la propia juventud durará para siempre. Y de pronto, los diminutos, invisibles ancianos que reclaman monedas en todas partes. Los “sin hogar” opacan los felices colores de la galería del artista pop Romero Britto.

Regresé al hotel pensando que traer a mi mamá había sido un error, que estas vacaciones eran un desastre y que debería decirle a un policía que ella era una inmigrante ilegal para así librarme de una vez de la tortura, del olor a lejía y de las camas cada vez más juntas del cubículo que compartíamos; entonces, al entrar al hotel, encontré a mi mamá despierta en la terraza con un grupo de chicos canadienses que habían descubierto el reggaetón y la salsa.
-Prendimos nuestra radio y ella se puso a cantar Será tu sonrisa. Por eso la invitamos a tomar con nosotros. Tu mamá es super cool.
Les sonreí, y le dije a mi mamá que estaba bien, que mañana no iría a la playa, que la acompañaría de compras.
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Las fotos corresponden al viaje.

viernes, 3 de abril de 2009

Soy una guerrera. A nadie haré la guerra.

Hay una guerra de blogs entre algunos autores peruanos. Solo la conocemos quienes escribimos y por eso solo afecta e importa a este grupo. Perdonen los lectores heridos por las esquirlas.
Se dice de todo en algunos blogs y en los comentarios de los blogs. Algunos firmados, otros anónimos. Y aunque no tengo cómo confirmarlo, supongo que soy amiga de gente que está en todos los bandos: los que se hacen los locos, los que responden, los que se frustran, los que se defienden, los que atacan, los que copian y pegan los nombres de otros, los que juegan a la guerra. Intrigantes e intrigados.

Yo no me hago la loca. Estoy en una trinchera que se llama “solo me importa escribir”. Podrán meterse con mi familia, acusarme de putita o idiota o burguesa. Yo, que sé lo que soy y lo que no soy, ¿quién soy para negarlo?

Soy lo que escribo.

Sé las luchas que mantengo y los dones que me faltan. Sé lo que amo y lo que detesto. Se los errores que cometo y los que me he perdonado. Sé lo que sé y cuánto ignoro. La única forma que tengo de salir de esta trinchera a enfrentar granadas que es la vida misma es escribiendo. He nacido desarmada y desarmada partiré. Las balas llegarán por la espalda. Lloverán. A nadie haré la guerra. Esa es mi venganza.

Soy lo que escribo.

¿Por qué pelear? Tenemos suficiente territorio de la imaginación para repartirnos.
¿Por qué pelear? ¿Los prejuicios no han llevado a la guerra?

No lo olvidaré: los que escribimos somos soldados, no jefes del aire. No intentemos mirar hacia arriba, aquí está todo lo que amamos.

Tenemos las manos para crear. El teclado de nuestras computadoras explosiona de palabras. ¿No es alegría perfecta lo que sentimos en ese momento? Pelear es cercar todo lo que amamos.

Puentes aunque frágiles, fronteras aunque treguas, no muros indestructibles.

Tengo un profundo respeto por cualquiera que escribe, desde cualquier trinchera, como por cualquiera que hace de crear su vocación o profesión. Estamos unidos por la misma pólvora: Las palabras nos han sido servidas y nosotros servimos con las palabras.
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La foto la tomé en Cuenca.