lunes, 30 de marzo de 2009

Apostar a la vida


Esto es lo primero que escribí. O debo decir... que me publicaron. Era agosto del 96. El diario El Sol estaba en su apogeo. Tenía una "página libre". Recuerdo que redacté el texto en la máquina de escribir eléctrica de mi papá. Él la alimentaba con papel de fax que se robaba de la oficina. Envíe el texto un martes y durante una semana compré el diario hasta que me di por vencida (¿cómo aceptarían algo impreso en una textura tan escurridiza?... además la tinta se borraría en cualquier momento). Dos semanas más tarde, la mamá de mi amiga Daniella, me dijo: "me gustó lo que escribiste". Visité el archivo del diario y me compré un ejemplar. Por esa época yo vendía productos contra el acné en un supermercado. Aunque nunca imaginé que de hecho podría escribir, durante mucho tiempo el texto estuvo en un cuadrito en mi habitación para recordarme de que sí era posible.

Ellos lo llamaron: "Apostar a la vida". Y le pusieron esta bajada: "Reflexiones acerca del pasado, el presente y el futuro, que se entrelazan sin remedio".

Mientras voy en la combi a mi trabajo, suelo prestar atención a la infinidad de pensamientos que vagan demasiado libres por mi mente.
Pienso mucho en la cuestión de vivir y el momento adecuado de morir. Se me ocurre imaginar que dejaré de existir el día que desaparezca la esencia de niñez que hay en mí. Cuando ya no me conmuevan las risas, la inocencia y el juego de la vida, yo moriré.
Y aún sigo lanzando los dados, echando las cartas, barajando irremediable -con espontánea inmadurez e impulsividad juvenil- mi destino. En el laberinto efímero de la juventud tengo que encontrar opciones y decidir sobre mi pasado, mi presente y mi futuro, esperando con ansias más respuestas que incógnitos caminos, antes de que las arrugas acaben más rápido con mi alma que con mi frente. Sería frustrante descubrir que a los diecinueve años ya no tengo toda la vida por delante -frase utópica de cualquier sufrido mortal mayor de cincuenta que envidia más la posibilidad de realizar nuestros sueños que nuestro cutis-; porque yo no debo dejar en manos de otros mis sueños, porque cuando más tarde vea a mis nietos, yo no los quiero envidiar.
Durante esta vida perderé personas queridas, oportunidades, tiempo, pero habré ganado experiencia y recuerdos y ellos serán compañeros inseparables del resto de mis días. Cuando ya no pueda manejar, quizás pueda tirar mi bastón y correr para alcanzar esta combi (cuyo cobrador ya será el chofer).
Así cuando de anciana me pregunten que quería ser de grande, yo responderé sin avergonzarme: "yo quería seguir siendo niña".
Abandonaré en algún momento, agradecida, las cartas sobre la mesa. Estaré en paz con mi corazón y con mi vida y tendré la certidumbre de haber acertado al elegir jugar y ganar en el mejor de los juegos.

---------

¡Horror! 13 años más tarde descubro que... sigo siendo igual a esa chica de 19. ¿Acaso no he aprendido nada o en esa época sabía más que ahora?

2 comentarios:

LuchinG dijo...

¿Alguna vez has encontrado algo que escribiste a los diez?

DaniDani en Heidiland dijo...

mi mamà te habrà llamado pero fui yo quien vio el artìculo primero. En esa època El Sol era genial.