miércoles, 18 de marzo de 2009

Los Noveles 33

Mientras en Lima todos comentan que U2 vendría el próximo año, ante la avalancha de artistas que estamos recibiendo gracias a la crisis, Salvador Luis, fanático de la banda desde Miami, vuelve a colgar en la web una nueva edición de Los Noveles, con un número cabalístico: 33. Y también estrena el espacio de Los Noveles en facebook. No sé cómo hace Salvador para tener tiempo: en mayo vendrá a Lima a presentar su próxima novela. Uf.
En la sección Autorpista encontré este texto muy divertido del guatemalteco Javier Payeras:

Variaciones a Raymond Chandler en un encuentro internacional de escritores
Era media noche y el día había transcurrido en un largo devenir de conferencias, lecturas y ceremonias cursis. Estaba bastante cansado de oír a expertos hablando de literatura, quería salir de juerga y no me quedaban ganas de machacar las teclas de la computadora para concluir mi ponencia del día siguiente: "Raymond Chandler contra su propio éxito".
Luego de vanos intentos por desbloquear el canal de porno y de tomarme unas píldoras para el catarro (que prometían darme sueño), permanecí inmóvil en aquella habitación enorme. Me ocupé del pequeño refri-bar destapando la primera lata de Corona y la bebí de un solo trago. Era deprimente y aburrido. No tuve otro remedio que sentarme a leer el libro de poemas (horribles) de una escritora local que no hacía más que hablar de sí misma, pero que telepáticamente me inducía "quiero que me violes, loca, déjame loca por favor, loca, loca…"
Una orquesta de gritos y carcajadas me alejó del peor de todos los poemas del libro; me levanté inmediatamente y descorrí la persiana. Eran dos adolescentes muy borrachas que mi vecino, un escritor neo-bukowskiano, trataba de meter a nalgadas en su habitación. Pensé algo, pero no. Decidí sentarme a escribir la ponencia.
"Podemos tratar la novela negra en Norteamérica…", "Podemos decir que…", "Puedo decir que…", "decir".
Era imposible pensar con tanto ruido. Los parranderos ya habían subido todo el volumen al aparato de sonido y se reían a gritos. Apagué la computadora portátil y regresé al refrigerador a tomar lo que quedaba del six pack de cerveza, y también algunas frituras. Total, que volví a la cama con todo, dispuesto a escribir como lo hacía Chandler, borracho. Pero el ruido y mis ganas de husmear se hicieron insoportables, así que me puse los zapatos y salí.
Su puerta estaba levemente abierta, le di un empujoncito (no sé si con la intención de ver o de entrar) y encontré a mi vecino de cuarto cubierto con una sábana —simulando ser un patricio romano, supongo— y acostado con las dos muchachas sobre la alfombra.
— Pase, mister— me dijo acariciándose la barriga. La pelirroja tenía el rimel corrido y la trigueña se reía con la boca completamente abierta mientras intentaba acercarse el tubito a la nariz e inhalar un poco de polvo.


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