La semana pasada hubo un incendio a la vuelta de mi casa, en Lince. Una llamarada larga, anaranjada y azul salía despedida al cielo. Podía verla desde mi cuarto, por eso creía que el fuego se había originado en la cochera frente a mi casa. Yo llegaba de una exposición, de celebrar feliz entre amigos. Me ponía el pijama cuando escuché que crepitaba madera. Comprendí: una familia lo pierde todo en este ruido. Era la una de la madrugada. Cogí mi cámara de fotos, la tenía a mano porque la había llevado a la exposición, y salí. Desperté a los chicos que viven en la cochera. Me gritaron que el fuego no era allí; momentos después sacaban todos los carros, unos veinte. Corrí a la vuelta de casa. Se incendiaba una casa en una quinta. Una casa azul entre dos casas verdes. La puerta de madera del garaje era cenizas cuando llegué. Nadie gritaba ya, todos miraban la casa y el fuego. Incluso los vecinos de la casa verde del costado, entre ellos un niño –las casas compartían techos de madera- no se apartaban de las ventanas y contemplaban el auto que comenzaba a incendiarse: Un Kia Pride cuadrado al frente del garaje. ¿No podía cambiar la dirección del viento? ¿Acaso un auto en llamas no explota? ¿Por qué todos habían sacado sus carros del pasadizo de la quinta y habían dejado un auto que no era suyo? Llegaron los bomberos de la bomba 4 de Lince. Tengo dos amigos que son voluntarios en esa bomba, Mauro y Sebastián. Mauro es mi mejor amigo y fui su madrina de graduación como oficial de bombero. El primer incendio en que sirvió, antes de graduarse, ha sido uno de los más trágicos en la historia de Lima: Mesa Redonda. Los busqué detrás de los cascos, pero no estaban de turno. Meses atrás Sebastián había apagado un conato de incendio en el edificio donde trabajo. Me había alegrado de saber el nombre del bombero que nos había ayudado y de poder abrazarlo llamándolo por su nombre.
Alguien me dijo que de la propia casa en llamas no había salido nadie: 12 personas la habitaban. ¿Cómo era posible? ¿Cómo podían seguir durmiendo? Se podía oler y escuchar el fuego desde lejos. Uno de los dos inquilinos que vivían en el garaje, un vendedor de golosinas llamado Hubert, había salido a pedir agua y vuelto a ingresar a la casa para alertar a los demás del fuego. Ninguno de ellos era su pariente. Hubert no volvió a salir. Atendía un kiosko a la espalda de mi casa. Su habitación de triplay en el garaje medía un metro por un metro veinte. Allí se había originado el corto circuito. Al costado de este cuarto había un pasadizo -tan ancho como una persona- que conducía a un tragaluz descubierto y a las angostas escaleras del segundo piso.
Los bomberos, comandados por César Goñi, salvaron de la muerte a 11 personas esa noche, entre ellas a una madre con sus 3 hijas: la familia Portugal. Roxana, la menor, descalza, cargaba a Floppy, el pekinés de siete años de la familia. Solo había pensando en Floppy, me contó. Juani, la de en medio, solo quería hablar con su enamorado. Rosa Ángela, la mayor, le decía a su mamá que no le importaba su carro, que lo material se recupera. Después se volteó y me dijo: "esto es una película, no está pasando. Es igual como cuando murió mi papá, hace 4 años. No lo puedo creer". Sus hermanas y su mamá habían saltado de la azotea, donde dormían en cuartos de triplay, a la casa vecina. Rosa Ángela había saltado de su cuarto del segundo piso al tendedero del patio. Dos metros y medio. Tiene agorafobia, pero un bombero le había insistido que la podría coger en el aire.
Llegaron periodistas de América, Panamericana, RPP, ATV. “Cuénteme señora, qué ha pasado”, le preguntaron a la mamá de Rosa Ángela. Ella se cogía la cabeza, tartamudeaba. Rosa Ángela la jalaba del brazo para que no declarase. Más tarde si quieres cuando estés más tranquila, le dijo.
Los Serenos de Lince cuidaban que nadie interrumpiese la zona de acción de los bomberos. Uno de ellos, de ojos verdes y grandes, muy alto y enérgico, lideraba a los demás. Le pidió permiso a Rosa para llevar al depósito el balón de gas que habían desactivado los bomberos y le dijo que podría pasar a buscarlo en cualquier momento. Rosa le dijo que no le importaba el balón.
Julio, otro inquilino, dormía en el cuarto contiguo al de Rosa. Salió caminando luego de saltar al patio –habrían pasado veinte minutos desde el inicio del fuego- y ser rescatado. Tenía el pecho descubierto, los dedos quemados, el pelo. Dijo que se sentía bien. ¿Cómo se llama?, le preguntaron los periodistas. Se desplomó en el camión de bomberos.
Rosa me dijo: “Yo creí que nos robaban, porque había pasos, alguien golpeaba a mi puerta (Hubert) y me escondí en el clóset para llamar a los bomberos al 116. Les dije que me robaban y me dijeron que llamase al 105”. ¿Qué habría pasado si Rosa decía en esa llamada que era un incendio? Si le abría la puerta a Hubert (para ella era un ladrón)… ¿él se salvaba o moría ella también? Rosa podía ver a su hermana escapando por el techo mientras ella seguía en la ventana decidiendo si valía la pena saltar o no, porque creía que su mamá había muerto. Cuando salió de la casa y vio a su familia, Rosa solo pensaba en las llaves que tenía en la guantera del auto. Como gerente asistente del Interbank, creía que el lugar más seguro de toda la casa para tener las llaves de la bóveda era la guantera. El auto dormía en el pasadizo de la quinta, porque el garaje estaba habitado. Su carro. Sus llaves. Le hablamos al comandante para que abriese la guantera atascada. Rosa recuperó las llaves, unos discos, un tapasol. Solo servían las llaves. El motor del auto estaba quemado, los asientos destrozados, las llantas derretidas pegadas al piso.
Rosa y sus hermanas son las herederas de la casa junto con las tres hermanas del padre. La casa está en litigio. La abuelastra les corta el agua y la luz luego de las nueve de la noche.
Le pregunté a Rosa si quería saber cómo había quedado su casa y cuándo podrían volver a habitarla. Le dije al comandante que ella era la dueña.
-¿Tú eres la dueña?
-Sí.
-¿Tú eres la dueña?
-Sí, una de ellas.
-Adentro hay un muertito. ¿Quién puede ser?
-Es Hubert. Es el único que no ha salido.
-Hubert… ¿Qué?
-No sé su apellido.
-Ven, te voy a mostrar tu casa.
-Acompáñame.
Estábamos a punto de ingresar a la casa cuando Rosa preguntó dónde estaba el muerto. No ingresamos a la casa. A solas le pregunté al comandante por qué había muerto Hubert. Respiró gases y luego se quemó, me dijo. El cuerpo se encoge, los dientes se exponen. Graficó esto con las manos. Eso no es nada, lo peor es ver criaturas, me dijo. Yo quería que me dijese que Hubert había muerto por falta de solidaridad. ¿Cómo logra salir un perro en brazos de un incendio y no un ser humano? Si todos hubiesen pensado como familia sin serlo, habrían salido juntos, se habrían llamado. El comandante me dijo también que todo lo que había en la casa era peligroso o inflamable: escaleras estrechísimas, madera, balones de gas, cuartos llenos de maletas, papeles, discos, etc. “Todo lo que hay en esa casa es ilegal”. El tragaluz se había convertido en una chimenea. La llamarada que vi salía de allí. En las escaleras había bolsas de lejía. La mamá de Rosa me dijo: Yo sabía que algo así iba a pasar, quería llamar a la municipalidad para que se llevase toda la madera, pero no era mía.
Ella y dos de sus hijas se quedaron a dormir en mi casa. A Juani la recogió su enamorado. Les dije que podían distribuirse entre la cama del cuarto de visitas, el sofá, y que una podía dormir conmigo. Se miraron y dijeron que todas dormirían en la cama del cuarto de visitas, que las tres entrarían. Me sentí tan estúpida: era obvio que debían estar juntas. Les ofrecí mi cama de dos plazas y les abrí la ducha. Les di ropa nueva porque su ropa olía a incendio. Todas estábamos en pijama. Yo también olía a incendio. Quienes han estado en uno saben de lo que hablo: un olor espantoso que se impregna muy adentro de la nariz, un olor que lo cubre todo sin dejar que las imágenes se conviertan en recuerdo. Yo soy periodista de oficina; por primera vez veía un incendio “en vivo”, que además afectaba a vecinos míos. Había hablado con la mamá de Rosa una vez, iría a limpiarme la casa, pero nunca concretamos. Roxana, la hija menor, me ha atendido en algunas ocasiones en el Mc Donald´s del barrio.
No podíamos dormir. Ellas lloraban, conversaban, se movían en la cama. Pese a que susurraban, yo podía escucharlas y escuchar mis pensamientos sin comas: un hombre ha muerto esta noche yo le he comprado jugo varias veces pero nunca le vi la cara su familia no sabe nada él mañana iba a ir a trabajar como cualquier día ahora ya no está. Ellas no podían apagar la luz, discutían al respecto, y yo estaba aliviada de que un halo se filtrase por la puerta del cuarto de visitas.
A las 5 de la mañana las chicas me jalaron del brazo, diciéndome: ¡Se está incendiando de nuevo! Ellas veían ahora desde mi ventana lo que yo había visto horas antes: una llamarada larga, anaranjada y azul. Obligamos a Roxana y a su mamá a quedarse en el cuarto; no dejaban de hablar sin poder apuntar la mirada a un lugar fijo. Con Rosa corrimos de la mano hasta su casa. Los vecinos se preguntaban por qué los bomberos no habían apagado “bien” el fuego, les gritaban a los Serenos que había balones de gas.
-De nuevo, no, me decía Rosa, de nuevo, no.
-¿Qué tiene tu casa que no se apaga?, le pregunté, es una maldición.
-No sé, no entiendo. ¿Dónde están los bomberos? ¿Por qué no están acá ahora?
Llegaron los mismos bomberos con los uniformes sucios y las caras sudorosas; venían de otra comisión. Se movían igual de rápido, pero se veían jorobados. Era la manera en que sus cuerpos admitían que los equipos pesan veinte kilos. Vimos la luz de sus linternas frontales atravesando una cortina de humo en el techo. Los bomberos miran con precisión, como sus linternas.
Roxana y su mamá corrían hacia nosotras.
-Había una pared y por eso no pudimos ver la construcción de madera, me dijo el comandante después. Todo es inflamable, todo es ilegal en esa casa.
-¿Van a poder vivir allí?
-Está intacta, la temperatura no ha sido tan fuerte, pero que primero la evalúen los ingenieros de Defensa Civil.
-Por favor, bajen la llave de la luz, le pidió Rosa.
-Créeme, todos los cables ya se fundieron.
América Noticias y ATV instalaron sus microondas en los techos de los edificios contiguos para salir en directo en los primeros noticieros. Sus cables estaban encima de la manguera de los bomberos.
La reportera del 4 me había pedido el baño luego del primer incendio, mientras esperaba que llegase el fiscal a levantar el cuerpo de Hubert. Me dijo en mi casa que me recordaba de Canal N. Se había quedado prendada de Mara, mi Schnauzer miniatura. No dejaba de alabarla y acariciarla. Me pareció una chica muy empática. “Y te sigue a todos lados… qué tierna… tiene un hociquito lindo… mira cómo se mueve… yo también tuve un perro al que quería mucho…”. Cuando volvió para el segundo incendio se había cambiado la blusa y le dijo a Rosa mientras se abotonaba y encajaba el micro en la axila: “¡Y se volvió a prender!”. Se volteó y le dijo a su colega del 9: “no sabes, ella tiene una perrita linda, súper dulce…”.
Reconocí a un bombero amigo de Mauro y de Sebastián. Me dijo que él me había ayudado hacía años a ingresar gratis a una discoteca con Mauro cuando estaba de Seguridad. Me acuerdo de ti, le dije.
-Yo cargué a esa chica. Yo también trabajo en Interbank.
Le conté esto a Rosa. Recién allí me enteré que ella y su familia habían sido rescatadas. Este bombero recogía la enorme manguera y avanzaba con ella sobre sus hombros. Tenía puntos rojos en la frente; hasta que no lo vi de cerca no supe que eran esquirlas de madera pegadas al sudor. Estoy sudado, dijo, cuando Rosa lo abrazó. Ella le dijo que no le importaba. Él pidió a los periodistas que movieran sus cables para acabar de guardar la manguera.
ATV, gritó, tus cables.
Los canales quieren entrevistas para sus noticieros, mi mamá y yo, ¿qué digo?
Solo pide ayuda, respondí. No digas que se ha prendido dos veces tu casa en una sola noche, es como que un rayo caiga dos veces en un mismo sitio, es una locura. Dile a tu mamá que también pida ayuda y que mantenga la calma. Que pasen tu cuenta de Interbank, no sé.
Rosa salió en el noticiero de ATV mostrando cómo había quedado su casa y su carro, ya lejos de la entrada. Habían puesto su número de teléfono sobre la nota para llamadas de donaciones. Momentos antes había llegado su tío. Era el turno de la periodista del 4. También quería salir en vivo delante de la casa, dentro de la quinta. Tú sales después de esta nota, le dijo. Rosa tenía el retorno en la oreja.
-Estamos aquí con Rosa Ángela Portugal, cuya casa ha quedado reducida a cenizas.
Eso no es cierto, pensé, y justo cuando Rosa pedía ayuda, una mujer ingresó al pasadizo preguntando por Hubert. Echó a llorar cuando vio la casa.
-Un momento Rosa, aquí ha llegado aparentemente una familiar del señor Hubert, quien ha muerto en el incendio. Señora, ¿qué?...
Yo soy su cuñada, señorita, nos hemos enterado cuando hemos visto la televisión…
Rosa se sacó el retorno y lo colocó en el hombro de la periodista.
Pobrecita, yo sé que la señora es la noticia ahora, pero no quiero dejar de pedir ayuda, me dijo.
Fuimos donde el comandante; anunciaba a sus bomberos el fin de la operación.
Saquen todo, no dejen nada adentro. Saquen todo ahora, porque se puede volver a prender, nos dijo. Al lugar habían llegado las parientes de Rosa Ángela, las otras herederas de la casa y su abuelastra, con quienes no se hablaban en años. Ellas le alquilaban el garaje a Hubert.
-“Hubert… ¿qué?”, les habían preguntado los bomberos y ellas respondieron que no sabían su apellido.
El tío de Rosa subió a la azotea y comenzó a lanzar cosas empapadas al pasadizo de la quinta. Una alfombra salpicó manchas azules a la pared de una casa. Arrojó otra alfombra, aún humeante.
-Apáguenla, traigan agua, pidió Rosa. Yo voy por agua.
-No hay agua, dijo una señora, nos han cortado el agua.
El camarógrafo del 9 grababa de rodillas un primer plano de la alfombra humeante. Dijo que él la apagaría, que era cosa de darle vuelta porque había agua en el piso, pero que antes le haría “unas tomas de apoyo”.
Apáguenla, volvió a pedir Rosa. Era las siete y media de la mañana. La claridad del día permitía ver cómo había quedado la casa. Una casa negra entre dos casas verdes. Llegó un amigo de Interbank y Rosa le entregó las llaves mientras le decía que tenían que activar el plan de contingencia, ya que ella era la encargada de abrir la bóveda. Él le dijo que no se preocupase por nada y le dio dos bolsas de dormir. Se abrazaron. Rosa lloró por primera vez.
Volvíamos a mi casa con Rosa y Roxana; su mamá se iba a la posta, cuando una chica de un edificio cercano le alcanzó una mochila con ropa y útiles. Rosa parece una escolar, pero tiene 26 años. Lleva el pelo castaño suelto a la altura de los hombros y habla con una voz suave, como la de su mamá. Es imposible imaginar que puede enojarse. Estudiaba arquitectura, su vocación, cuando murió su papá y tuvo que dejarla. Con su sueldo estudiaba administración, una carrera postiza que también le gusta, y ahora tiene que dejarla para ahorrar para comprar un departamento. Una señora que vive en la avenida Iquitos les ofreció un cuarto. Mi vecina de al lado también les ofreció un cuarto. Se activaba la cadena de solidaridad.
Nos sentamos al sofá de mi sala. El teléfono de Rosa comenzó a timbrar. Me dijo que no quería hablar con nadie. Eran sus amigas del Interbank, del colegio.
-¿Cómo se reconstruye una casa? O sea, ¿por dónde comienzo?
Llegaron las amigas que habían visto las noticias. Algunas trabajan en la torre del banco sobre el Zanjón, muy cerca de acá. Le dijeron que ya habían hablado con todos para ver cómo la ayudaban. Rosa lloraba de forma intermitente. Roxana estaba en mi cuarto, durmiendo.
-¿Cómo se reconstruye una casa? Yo no podía saltar, porque creía que mi mamá había muerto.
Me duché para ir a trabajar. Les pedí que me esperaran antes de llevarse a las chicas a la posta para poder salir juntas y dejarles mis llaves. Ya era jueves, así que llamé a mi mamá para que no viniese a limpiar mi casa con su empleada, como hace todos los jueves. Supervisar la limpieza de mi casa le gusta. Sé que siente que me ayuda a vivir bien, como cuando vivía con ella. Yo estoy agradecida por eso. Le conté a grandes rasgos del incendio y de la familia de Rosa. Mi mamá se enojó porque le había prometido dejarle plata para su doctor:
Antes de ayudar a otros, ayuda a tu madre.
Aunque le dije que pasase por mi oficina para dársela, queda muy cerca de su clínica, me colgó el teléfono.
Llegué a mi oficina. Apenas una amiga me preguntó cómo estaba me puse a llorar en mi cubículo.
Es que hubo un incendio, murió un señor, la familia…
-Ah, no has dormido nada.
-No, no es eso. He sentido la pena de otros.
-Es terrible, qué fuerte, pero no puedes ponerte así. Mal que bien a ti no te ha pasado nada, no puede afectarte tanto.
Pasó otra persona y me dijo:
-¿Y esa cara? ¿Qué te pasa? Yo siempre sonrío, pero mi cara no miente cuando me siento mal. ¿Por qué una sonrisa sí la soportan todos? Oh dios, qué pasaría si un día voy deprimida a trabajar. Ya lo he pensando varias veces.
Es que hubo un incendio, murió un señor, la familia…
-¿Solo un muerto? Creí que habías dicho que había más muertos.
-No he dicho eso, respondí. Pero ya se iba por el pasillo a una reunión.
Quería hacerlo para liberarme, pero no pude seguir llorando. Me tapé la cara un rato, mis dedos todavía olían a incendio. Un ser humano muerto cuenta. Uno solo. No somos culpables, pero es nuestro muerto también, sepamos o no su apellido. Yo también tengo mamá y hermanos. Yo también quisiera que alguien se pusiera en sus zapatos en un momento así. Si mi propia mamá no lo entendía…
Volví a casa luego del largo día de trabajo. Rosa y Roxana almorzaban a las 6:30 p.m. pollo a la brasa. Más amigas y amigos estaban con ellas.
-Recién puedo comer, me dijo. Arrancaba tiras de pollo con el tenedor, todas volvían al plato. Hay buenas noticias. Un gerente regional del banco nos ha prestado su casa en La Perla por dos meses, nadie vive allí. En dos meses más, si es que se puede, me ayudarán para un crédito hipotecario con Mivivienda. Han abierto una cuenta para depositar plata. Se están mandando mails. Todos nos están apoyando.
-Los gerentes han dejado sus meetings, dijo una chica, se han remangado las camisas y han ido a sacar las cosas. La municipalidad ha prestado dos camiones y ya están llevando todo a La Perla.
-Creo que un gerente quiere prestar su cochera para que metas tu carro, dijo Claudio, el ex enamorado de Rosa.
¿Por qué las noticias nunca informan qué pasa después?, les pregunté. Nos reímos.
-Sabes, me dijo Rosa, Defensa Civil ha dicho que mi casa está inhabitable. Aquí está el papel. También han venido del Ministerio Público para que veamos lo del juicio, porque los documentos se han quemado. ¿Puedes creer que el fuego llegó a toda la casa, pero no a nuestros cuartos? Todos los electrodomésticos se han perdido, pero tenemos las camas y la ropa.
Después de un rato llegó en auto otro amigo de Rosa. Se fueron todos a la casa prestada.
El fin de semana vino Rosa a ver su Kia. Me buscó con Claudio y esperamos juntos al mecánico. Les entregué unas donaciones de ropa de cama que me habían dado dos amigas de la oficina. Se fueron un rato a recoger una canasta de víveres que les donó la municipalidad.
Te van a dar doscientos dólares por el carro. Ellos compran lo que les sirve, nada más, le dijo el mecánico. Rosa se puso a llorar abrazada a Claudio:
Tú sabes cómo yo lo cuidaba. Lo tenía perfecto. Justo la semana pasada me lo quisieron robar. Luego nos dijo que no valía la pena llorar por un carro cuando ella y su familia vivían.
Mis amigas de la oficina me siguen entregando bolsas con donaciones para Rosa y su familia. Los vecinos de la quinta quieren pedir ayuda para restaurar las paredes de una de las casas verdes estropeadas por las llamas. Saben que sus casas se han devaluado, porque una ya no sirve. De vez en cuando Rosa me manda mensajes de texto contándome cómo están. Me dice amiga y yo le digo amiga también. Un amigo le compró hoy día su auto a seiscientos dólares. Supongo que ambas estamos intentando apagar nuestros propios incendios. Hemos quedado en cocinar juntas un día de estos en la “casa prestada”.
Alguien me dijo que de la propia casa en llamas no había salido nadie: 12 personas la habitaban. ¿Cómo era posible? ¿Cómo podían seguir durmiendo? Se podía oler y escuchar el fuego desde lejos. Uno de los dos inquilinos que vivían en el garaje, un vendedor de golosinas llamado Hubert, había salido a pedir agua y vuelto a ingresar a la casa para alertar a los demás del fuego. Ninguno de ellos era su pariente. Hubert no volvió a salir. Atendía un kiosko a la espalda de mi casa. Su habitación de triplay en el garaje medía un metro por un metro veinte. Allí se había originado el corto circuito. Al costado de este cuarto había un pasadizo -tan ancho como una persona- que conducía a un tragaluz descubierto y a las angostas escaleras del segundo piso.
Los bomberos, comandados por César Goñi, salvaron de la muerte a 11 personas esa noche, entre ellas a una madre con sus 3 hijas: la familia Portugal. Roxana, la menor, descalza, cargaba a Floppy, el pekinés de siete años de la familia. Solo había pensando en Floppy, me contó. Juani, la de en medio, solo quería hablar con su enamorado. Rosa Ángela, la mayor, le decía a su mamá que no le importaba su carro, que lo material se recupera. Después se volteó y me dijo: "esto es una película, no está pasando. Es igual como cuando murió mi papá, hace 4 años. No lo puedo creer". Sus hermanas y su mamá habían saltado de la azotea, donde dormían en cuartos de triplay, a la casa vecina. Rosa Ángela había saltado de su cuarto del segundo piso al tendedero del patio. Dos metros y medio. Tiene agorafobia, pero un bombero le había insistido que la podría coger en el aire.
Llegaron periodistas de América, Panamericana, RPP, ATV. “Cuénteme señora, qué ha pasado”, le preguntaron a la mamá de Rosa Ángela. Ella se cogía la cabeza, tartamudeaba. Rosa Ángela la jalaba del brazo para que no declarase. Más tarde si quieres cuando estés más tranquila, le dijo.
Los Serenos de Lince cuidaban que nadie interrumpiese la zona de acción de los bomberos. Uno de ellos, de ojos verdes y grandes, muy alto y enérgico, lideraba a los demás. Le pidió permiso a Rosa para llevar al depósito el balón de gas que habían desactivado los bomberos y le dijo que podría pasar a buscarlo en cualquier momento. Rosa le dijo que no le importaba el balón.
Julio, otro inquilino, dormía en el cuarto contiguo al de Rosa. Salió caminando luego de saltar al patio –habrían pasado veinte minutos desde el inicio del fuego- y ser rescatado. Tenía el pecho descubierto, los dedos quemados, el pelo. Dijo que se sentía bien. ¿Cómo se llama?, le preguntaron los periodistas. Se desplomó en el camión de bomberos.
Rosa me dijo: “Yo creí que nos robaban, porque había pasos, alguien golpeaba a mi puerta (Hubert) y me escondí en el clóset para llamar a los bomberos al 116. Les dije que me robaban y me dijeron que llamase al 105”. ¿Qué habría pasado si Rosa decía en esa llamada que era un incendio? Si le abría la puerta a Hubert (para ella era un ladrón)… ¿él se salvaba o moría ella también? Rosa podía ver a su hermana escapando por el techo mientras ella seguía en la ventana decidiendo si valía la pena saltar o no, porque creía que su mamá había muerto. Cuando salió de la casa y vio a su familia, Rosa solo pensaba en las llaves que tenía en la guantera del auto. Como gerente asistente del Interbank, creía que el lugar más seguro de toda la casa para tener las llaves de la bóveda era la guantera. El auto dormía en el pasadizo de la quinta, porque el garaje estaba habitado. Su carro. Sus llaves. Le hablamos al comandante para que abriese la guantera atascada. Rosa recuperó las llaves, unos discos, un tapasol. Solo servían las llaves. El motor del auto estaba quemado, los asientos destrozados, las llantas derretidas pegadas al piso.
Rosa y sus hermanas son las herederas de la casa junto con las tres hermanas del padre. La casa está en litigio. La abuelastra les corta el agua y la luz luego de las nueve de la noche.
Le pregunté a Rosa si quería saber cómo había quedado su casa y cuándo podrían volver a habitarla. Le dije al comandante que ella era la dueña.
-¿Tú eres la dueña?
-Sí.
-¿Tú eres la dueña?
-Sí, una de ellas.
-Adentro hay un muertito. ¿Quién puede ser?
-Es Hubert. Es el único que no ha salido.
-Hubert… ¿Qué?
-No sé su apellido.
-Ven, te voy a mostrar tu casa.
-Acompáñame.
Estábamos a punto de ingresar a la casa cuando Rosa preguntó dónde estaba el muerto. No ingresamos a la casa. A solas le pregunté al comandante por qué había muerto Hubert. Respiró gases y luego se quemó, me dijo. El cuerpo se encoge, los dientes se exponen. Graficó esto con las manos. Eso no es nada, lo peor es ver criaturas, me dijo. Yo quería que me dijese que Hubert había muerto por falta de solidaridad. ¿Cómo logra salir un perro en brazos de un incendio y no un ser humano? Si todos hubiesen pensado como familia sin serlo, habrían salido juntos, se habrían llamado. El comandante me dijo también que todo lo que había en la casa era peligroso o inflamable: escaleras estrechísimas, madera, balones de gas, cuartos llenos de maletas, papeles, discos, etc. “Todo lo que hay en esa casa es ilegal”. El tragaluz se había convertido en una chimenea. La llamarada que vi salía de allí. En las escaleras había bolsas de lejía. La mamá de Rosa me dijo: Yo sabía que algo así iba a pasar, quería llamar a la municipalidad para que se llevase toda la madera, pero no era mía.
Ella y dos de sus hijas se quedaron a dormir en mi casa. A Juani la recogió su enamorado. Les dije que podían distribuirse entre la cama del cuarto de visitas, el sofá, y que una podía dormir conmigo. Se miraron y dijeron que todas dormirían en la cama del cuarto de visitas, que las tres entrarían. Me sentí tan estúpida: era obvio que debían estar juntas. Les ofrecí mi cama de dos plazas y les abrí la ducha. Les di ropa nueva porque su ropa olía a incendio. Todas estábamos en pijama. Yo también olía a incendio. Quienes han estado en uno saben de lo que hablo: un olor espantoso que se impregna muy adentro de la nariz, un olor que lo cubre todo sin dejar que las imágenes se conviertan en recuerdo. Yo soy periodista de oficina; por primera vez veía un incendio “en vivo”, que además afectaba a vecinos míos. Había hablado con la mamá de Rosa una vez, iría a limpiarme la casa, pero nunca concretamos. Roxana, la hija menor, me ha atendido en algunas ocasiones en el Mc Donald´s del barrio.
No podíamos dormir. Ellas lloraban, conversaban, se movían en la cama. Pese a que susurraban, yo podía escucharlas y escuchar mis pensamientos sin comas: un hombre ha muerto esta noche yo le he comprado jugo varias veces pero nunca le vi la cara su familia no sabe nada él mañana iba a ir a trabajar como cualquier día ahora ya no está. Ellas no podían apagar la luz, discutían al respecto, y yo estaba aliviada de que un halo se filtrase por la puerta del cuarto de visitas.
A las 5 de la mañana las chicas me jalaron del brazo, diciéndome: ¡Se está incendiando de nuevo! Ellas veían ahora desde mi ventana lo que yo había visto horas antes: una llamarada larga, anaranjada y azul. Obligamos a Roxana y a su mamá a quedarse en el cuarto; no dejaban de hablar sin poder apuntar la mirada a un lugar fijo. Con Rosa corrimos de la mano hasta su casa. Los vecinos se preguntaban por qué los bomberos no habían apagado “bien” el fuego, les gritaban a los Serenos que había balones de gas.
-De nuevo, no, me decía Rosa, de nuevo, no.
-¿Qué tiene tu casa que no se apaga?, le pregunté, es una maldición.
-No sé, no entiendo. ¿Dónde están los bomberos? ¿Por qué no están acá ahora?
Llegaron los mismos bomberos con los uniformes sucios y las caras sudorosas; venían de otra comisión. Se movían igual de rápido, pero se veían jorobados. Era la manera en que sus cuerpos admitían que los equipos pesan veinte kilos. Vimos la luz de sus linternas frontales atravesando una cortina de humo en el techo. Los bomberos miran con precisión, como sus linternas.
Roxana y su mamá corrían hacia nosotras.
-Había una pared y por eso no pudimos ver la construcción de madera, me dijo el comandante después. Todo es inflamable, todo es ilegal en esa casa.
-¿Van a poder vivir allí?
-Está intacta, la temperatura no ha sido tan fuerte, pero que primero la evalúen los ingenieros de Defensa Civil.
-Por favor, bajen la llave de la luz, le pidió Rosa.
-Créeme, todos los cables ya se fundieron.
América Noticias y ATV instalaron sus microondas en los techos de los edificios contiguos para salir en directo en los primeros noticieros. Sus cables estaban encima de la manguera de los bomberos.
La reportera del 4 me había pedido el baño luego del primer incendio, mientras esperaba que llegase el fiscal a levantar el cuerpo de Hubert. Me dijo en mi casa que me recordaba de Canal N. Se había quedado prendada de Mara, mi Schnauzer miniatura. No dejaba de alabarla y acariciarla. Me pareció una chica muy empática. “Y te sigue a todos lados… qué tierna… tiene un hociquito lindo… mira cómo se mueve… yo también tuve un perro al que quería mucho…”. Cuando volvió para el segundo incendio se había cambiado la blusa y le dijo a Rosa mientras se abotonaba y encajaba el micro en la axila: “¡Y se volvió a prender!”. Se volteó y le dijo a su colega del 9: “no sabes, ella tiene una perrita linda, súper dulce…”.
Reconocí a un bombero amigo de Mauro y de Sebastián. Me dijo que él me había ayudado hacía años a ingresar gratis a una discoteca con Mauro cuando estaba de Seguridad. Me acuerdo de ti, le dije.
-Yo cargué a esa chica. Yo también trabajo en Interbank.
Le conté esto a Rosa. Recién allí me enteré que ella y su familia habían sido rescatadas. Este bombero recogía la enorme manguera y avanzaba con ella sobre sus hombros. Tenía puntos rojos en la frente; hasta que no lo vi de cerca no supe que eran esquirlas de madera pegadas al sudor. Estoy sudado, dijo, cuando Rosa lo abrazó. Ella le dijo que no le importaba. Él pidió a los periodistas que movieran sus cables para acabar de guardar la manguera.
ATV, gritó, tus cables.
Los canales quieren entrevistas para sus noticieros, mi mamá y yo, ¿qué digo?
Solo pide ayuda, respondí. No digas que se ha prendido dos veces tu casa en una sola noche, es como que un rayo caiga dos veces en un mismo sitio, es una locura. Dile a tu mamá que también pida ayuda y que mantenga la calma. Que pasen tu cuenta de Interbank, no sé.
Rosa salió en el noticiero de ATV mostrando cómo había quedado su casa y su carro, ya lejos de la entrada. Habían puesto su número de teléfono sobre la nota para llamadas de donaciones. Momentos antes había llegado su tío. Era el turno de la periodista del 4. También quería salir en vivo delante de la casa, dentro de la quinta. Tú sales después de esta nota, le dijo. Rosa tenía el retorno en la oreja.
-Estamos aquí con Rosa Ángela Portugal, cuya casa ha quedado reducida a cenizas.
Eso no es cierto, pensé, y justo cuando Rosa pedía ayuda, una mujer ingresó al pasadizo preguntando por Hubert. Echó a llorar cuando vio la casa.
-Un momento Rosa, aquí ha llegado aparentemente una familiar del señor Hubert, quien ha muerto en el incendio. Señora, ¿qué?...
Yo soy su cuñada, señorita, nos hemos enterado cuando hemos visto la televisión…
Rosa se sacó el retorno y lo colocó en el hombro de la periodista.
Pobrecita, yo sé que la señora es la noticia ahora, pero no quiero dejar de pedir ayuda, me dijo.
Fuimos donde el comandante; anunciaba a sus bomberos el fin de la operación.
Saquen todo, no dejen nada adentro. Saquen todo ahora, porque se puede volver a prender, nos dijo. Al lugar habían llegado las parientes de Rosa Ángela, las otras herederas de la casa y su abuelastra, con quienes no se hablaban en años. Ellas le alquilaban el garaje a Hubert.
-“Hubert… ¿qué?”, les habían preguntado los bomberos y ellas respondieron que no sabían su apellido.
El tío de Rosa subió a la azotea y comenzó a lanzar cosas empapadas al pasadizo de la quinta. Una alfombra salpicó manchas azules a la pared de una casa. Arrojó otra alfombra, aún humeante.
-Apáguenla, traigan agua, pidió Rosa. Yo voy por agua.
-No hay agua, dijo una señora, nos han cortado el agua.
El camarógrafo del 9 grababa de rodillas un primer plano de la alfombra humeante. Dijo que él la apagaría, que era cosa de darle vuelta porque había agua en el piso, pero que antes le haría “unas tomas de apoyo”.
Apáguenla, volvió a pedir Rosa. Era las siete y media de la mañana. La claridad del día permitía ver cómo había quedado la casa. Una casa negra entre dos casas verdes. Llegó un amigo de Interbank y Rosa le entregó las llaves mientras le decía que tenían que activar el plan de contingencia, ya que ella era la encargada de abrir la bóveda. Él le dijo que no se preocupase por nada y le dio dos bolsas de dormir. Se abrazaron. Rosa lloró por primera vez.
Volvíamos a mi casa con Rosa y Roxana; su mamá se iba a la posta, cuando una chica de un edificio cercano le alcanzó una mochila con ropa y útiles. Rosa parece una escolar, pero tiene 26 años. Lleva el pelo castaño suelto a la altura de los hombros y habla con una voz suave, como la de su mamá. Es imposible imaginar que puede enojarse. Estudiaba arquitectura, su vocación, cuando murió su papá y tuvo que dejarla. Con su sueldo estudiaba administración, una carrera postiza que también le gusta, y ahora tiene que dejarla para ahorrar para comprar un departamento. Una señora que vive en la avenida Iquitos les ofreció un cuarto. Mi vecina de al lado también les ofreció un cuarto. Se activaba la cadena de solidaridad.
Nos sentamos al sofá de mi sala. El teléfono de Rosa comenzó a timbrar. Me dijo que no quería hablar con nadie. Eran sus amigas del Interbank, del colegio.
-¿Cómo se reconstruye una casa? O sea, ¿por dónde comienzo?
Llegaron las amigas que habían visto las noticias. Algunas trabajan en la torre del banco sobre el Zanjón, muy cerca de acá. Le dijeron que ya habían hablado con todos para ver cómo la ayudaban. Rosa lloraba de forma intermitente. Roxana estaba en mi cuarto, durmiendo.
-¿Cómo se reconstruye una casa? Yo no podía saltar, porque creía que mi mamá había muerto.
Me duché para ir a trabajar. Les pedí que me esperaran antes de llevarse a las chicas a la posta para poder salir juntas y dejarles mis llaves. Ya era jueves, así que llamé a mi mamá para que no viniese a limpiar mi casa con su empleada, como hace todos los jueves. Supervisar la limpieza de mi casa le gusta. Sé que siente que me ayuda a vivir bien, como cuando vivía con ella. Yo estoy agradecida por eso. Le conté a grandes rasgos del incendio y de la familia de Rosa. Mi mamá se enojó porque le había prometido dejarle plata para su doctor:
Antes de ayudar a otros, ayuda a tu madre.
Aunque le dije que pasase por mi oficina para dársela, queda muy cerca de su clínica, me colgó el teléfono.
Llegué a mi oficina. Apenas una amiga me preguntó cómo estaba me puse a llorar en mi cubículo.
Es que hubo un incendio, murió un señor, la familia…
-Ah, no has dormido nada.
-No, no es eso. He sentido la pena de otros.
-Es terrible, qué fuerte, pero no puedes ponerte así. Mal que bien a ti no te ha pasado nada, no puede afectarte tanto.
Pasó otra persona y me dijo:
-¿Y esa cara? ¿Qué te pasa? Yo siempre sonrío, pero mi cara no miente cuando me siento mal. ¿Por qué una sonrisa sí la soportan todos? Oh dios, qué pasaría si un día voy deprimida a trabajar. Ya lo he pensando varias veces.
Es que hubo un incendio, murió un señor, la familia…
-¿Solo un muerto? Creí que habías dicho que había más muertos.
-No he dicho eso, respondí. Pero ya se iba por el pasillo a una reunión.
Quería hacerlo para liberarme, pero no pude seguir llorando. Me tapé la cara un rato, mis dedos todavía olían a incendio. Un ser humano muerto cuenta. Uno solo. No somos culpables, pero es nuestro muerto también, sepamos o no su apellido. Yo también tengo mamá y hermanos. Yo también quisiera que alguien se pusiera en sus zapatos en un momento así. Si mi propia mamá no lo entendía…
Volví a casa luego del largo día de trabajo. Rosa y Roxana almorzaban a las 6:30 p.m. pollo a la brasa. Más amigas y amigos estaban con ellas.
-Recién puedo comer, me dijo. Arrancaba tiras de pollo con el tenedor, todas volvían al plato. Hay buenas noticias. Un gerente regional del banco nos ha prestado su casa en La Perla por dos meses, nadie vive allí. En dos meses más, si es que se puede, me ayudarán para un crédito hipotecario con Mivivienda. Han abierto una cuenta para depositar plata. Se están mandando mails. Todos nos están apoyando.
-Los gerentes han dejado sus meetings, dijo una chica, se han remangado las camisas y han ido a sacar las cosas. La municipalidad ha prestado dos camiones y ya están llevando todo a La Perla.
-Creo que un gerente quiere prestar su cochera para que metas tu carro, dijo Claudio, el ex enamorado de Rosa.
¿Por qué las noticias nunca informan qué pasa después?, les pregunté. Nos reímos.
-Sabes, me dijo Rosa, Defensa Civil ha dicho que mi casa está inhabitable. Aquí está el papel. También han venido del Ministerio Público para que veamos lo del juicio, porque los documentos se han quemado. ¿Puedes creer que el fuego llegó a toda la casa, pero no a nuestros cuartos? Todos los electrodomésticos se han perdido, pero tenemos las camas y la ropa.
Después de un rato llegó en auto otro amigo de Rosa. Se fueron todos a la casa prestada.
El fin de semana vino Rosa a ver su Kia. Me buscó con Claudio y esperamos juntos al mecánico. Les entregué unas donaciones de ropa de cama que me habían dado dos amigas de la oficina. Se fueron un rato a recoger una canasta de víveres que les donó la municipalidad.
Te van a dar doscientos dólares por el carro. Ellos compran lo que les sirve, nada más, le dijo el mecánico. Rosa se puso a llorar abrazada a Claudio:
Tú sabes cómo yo lo cuidaba. Lo tenía perfecto. Justo la semana pasada me lo quisieron robar. Luego nos dijo que no valía la pena llorar por un carro cuando ella y su familia vivían.
Mis amigas de la oficina me siguen entregando bolsas con donaciones para Rosa y su familia. Los vecinos de la quinta quieren pedir ayuda para restaurar las paredes de una de las casas verdes estropeadas por las llamas. Saben que sus casas se han devaluado, porque una ya no sirve. De vez en cuando Rosa me manda mensajes de texto contándome cómo están. Me dice amiga y yo le digo amiga también. Un amigo le compró hoy día su auto a seiscientos dólares. Supongo que ambas estamos intentando apagar nuestros propios incendios. Hemos quedado en cocinar juntas un día de estos en la “casa prestada”.
Actualización 26/03: Rosa me llamó a contarme que Julio había muerto.
1 comentario:
Que irónico, he comprado una casa con historia propia, una casa que vuelve a nacer. Hoy compré esa casa.
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