jueves, 8 de noviembre de 2007

Las arenas movedizas del éxito

Dice Gabriel Zaid en su artículo para Letras Libres que el deseo de fama inspira los actos más nobles así como los más criticables. "Fama y gloria se usan como sinónimos, pero hay cierta diferencia. Lo famoso está en boca de todos, comentándose. Lo glorioso está ante los ojos, ante los sentidos, presente, manifestándose. La fama es posterior al asombro ante lo que llama la atención. Lo glorioso resplandece. De lo famoso se habla"

Como una lluvia sobre los hombros de tantas personas que persiguen el fin en vez de disfrutar el medio, Zaid argumenta con buen tino:

1. La fama no buscada surge cuando los hechos que llaman la atención se recrean de memoria como objetos verbales que comparte la tribu. Si el protagonista vive, puede reconocerse o no en ese desdoblamiento, tratar de modificarlo o, por el contrario, asumirlo y modificar su memoria o su conducta en función de la imagen que tienen los demás. La imagen no es su obra, y el autor se pierde en el anonimato. La imagen se desconecta del autor, del protagonista, de los hechos. Se va modificando, de boca en boca, y más aún al paso de los años.

2. El deseo de fama nace ante la imagen ilusoria de una plenitud inmortal. La vida representada en ese extraño objeto que se vuelve autónomo parece intemporal, una libertad fascinante, más deseable que la vida real. Hay extrañeza, pero también felicidad, en el desdoblamiento de la vida que permite verse desde afuera, como un espectáculo, más allá de las angustias del aquí. El deseo de verse objetivado en lo que dicen los demás es también una forma primitiva de buscar la conciencia de sí: de examinarse, definirse, autoteorizarse.

3. El arte de la fama busca la creación y el control de una imagen favorable y dominante de la atención de los demás. Puede tener cierta eficacia, pero el proceso es, finalmente, incontrolable. Las imágenes adquieren vida propia. La atención de los demás es veleidosa. La economía del protagonismo no depende únicamente de los protagonistas, sino de poderosas fuerzas oligopólicas y, finalmente, de las modas y el capricho del público. Es fácil acabar como el aprendiz de brujo.

4. La decepción es una lucidez tardía. Desearse a sí mismo como objeto es abdicar como sujeto. Es alejarse de la vida real hacia la vida representada en imágenes de plenitud. Aunque haya tesón para lograrlo, y hasta un proyecto planificado, no suele haber mucha conciencia de que la supuesta plenitud es una degradación. Las implicaciones reales no se ven hasta que es demasiado tarde. Ser famoso consiste en ser tratado como objeto.

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