jueves, 23 de octubre de 2008

BOY A

¿Puede alguien que ha cometido un crimen de niño reinsertarse a la sociedad y ser aceptado por ella? ¿El que fue un monstruo será siempre un monstruo? Estas son las preguntas que intenta responder Boy A, melodrama ganador de los Bafta, proyectado en Tribeca, e inspirado en una novela de Jonathan Trigel.

Jack tiene 24 años, ha pasado 14 de ellos en una correccional. A los 10, cuando se llamaba Eric, torturó y mató junto con su mejor amigo, Simon, a una niña, debajo de un puente de Manchester. La madre de Eric tenía cáncer de mama y el padre vivía borracho. Su mejor amigo había sido abusado por su propio hermano y tenía tendencias psicóticas. Boy A es el nombre que reciben los menores en las correccionales.

Terry, consejero de Jack, cree en los milagros. Jack es ahora un chico noble, amoroso, trabajador, sensible. Lucha un poco cada día por ser una mejor persona. Es un arrepentido que trata de vivir con el pasado, comprendiendo que "ya no es ese chico" que mató alguna vez. Incluso es un héroe. Salva a una niña herida en un accidente de tránsito. Cuando se mete en una pelea lo vemos como el amigo que defiende a otro amigo. Comprendemos esta violencia.
Los diarios informan que "el demonio cumplió mayoría de edad y ahora anda en algún lugar de Manchester". Le ponen un precio a su cabeza en Internet.
Terry tiene un hijo de la misma edad de Jack. Un hijo que es la antítesis de todo lo que Jack es y ha logrado... depresivo, alcohólico, desempleado. Él informa a los medios sobre la identidad real y ubicación de Jack, porque su padre, en una de esas tardes en que se emborracha para acompañarlo, le dice: "eres mi mayor logro, Jack". Desde este momento Jack está muerto, lo único que ha hecho es vivir un tiempo prestado. Él ha cambiado, pero nadie cree en su redención. Andrew Garfield es el actor que lo encarna.

Ansa informó así en 2001 sobre la liberación de dos "niños-asesinos" en Gran Bretaña:
Durante los últimos ocho años, un equipo de psicólogos, psiquiatras, educadores y demás profesionales trabajó duro para lograr que John Venables y Robert Thompson fuesen conscientes del terrible crimen que cometieron el 12 febrero de 1993. Sin embargo, desde hace unos meses, los mismos especialistas se afanan en enseñarles todo lo contrario: a silenciar su horrible pasado para que nadie los reconozca. El crimen horrorizó a la opinión pública y sus familias aún claman venganza. Por eso, la justicia estimó que los asesinos, hoy con 18 años, no podrán pisar la calle con su verdadera identidad. Como si fueran espías, están siendo instruidos en el arte del engaño.
Yo no sé si niños asesinos se han transformado en personas de bien. Pero si creo que una segunda oportunidad la merecen todos.

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