jueves, 21 de mayo de 2009

Estuve hecha cenizas

Hablando del incendio... subí un post apenas ocurrió. Pero ahora que han pasado dos o tres meses, pude escribir una crónica más objetiva para Díatreinta, revista de la UPN de Trujillo.
.....

Me ponía el pijama cuando escuché que algo crepitaba. El sonido cálido de la madera. Hubiera sido hermoso que fuese una fogata.
Podía verla desde mi habitación: una llamarada anaranjada, azul salía despedida al cielo, parecía originarse en la cochera frente a casa. Comprendí: alguien lo pierde todo en aquel ruido.
Era la una de la madrugada. Saqué la cámara de fotos de la cartera. Acababa de llegar de una reunión y la había llevado.

Desperté a los chicos de la cochera. Se molestaron. Me gritaron que el fuego no era allí. Corrí a la vuelta. Se incendiaba una casa en una quinta. Había Serenos apostados en la reja que protegía la quinta. Una casa azul entre dos casas verdes. Se convertía en carbón y cenizas la puerta de madera de su garaje. Nadie gritaba. Todos contemplaban. Apostados en la ventana, los vecinos de una de las casas verdes, entre ellos un niño, también observaban. Las tres casas compartían techos de madera. Me preguntaba si cambiaría la dirección del viento. Comenzaba a prenderse un Kia Pride estacionado afuera del garaje. ¿Acaso un auto en llamas no explota? Todos sacaron sus carros, escuché que alguien decía, menos ése.
Era testigo de un incendio por primera vez en mi vida.

Llegaron los bomberos. Tengo dos amigos en la bomba 4 de Lince, Mauro y Sebastián. Mauro es mi mejor amigo. El primer incendio en que sirvió mucho antes de graduarse, es uno de los más trágicos en la historia de Lima: Mesa Redonda. Hace unos meses, Sebastián apagó un conato de incendio en el edificio donde trabajo. Me alegró saber el nombre del bombero que nos había ayudado y poder agradecerle llamándolo por su nombre. Los busqué detrás de los cascos. No estaban de turno.

Doce habitaban la casa en llamas. Pregunté dónde estaban. Ninguno había salido. Sus vecinos golpearon la puerta, gritaron sus nombres. ¿Cómo era posible? Se resignaron a mover y a sacar sus propios autos del pasadizo de la quinta. Me contaron que uno de los dos inquilinos que vivían en el garaje había escapado. Pidió agua. Ingresó de nuevo a la casa para alertar del fuego a los que dormían. Ninguno era su pariente. Se llamaba Hubert. Vendía golosinas a la espalda de mi casa. En su habitación de triplay de metro por metro veinte se había originado el cortocircuito. El cable de luz se convirtió en una mecha que condujo el fuego hasta la azotea. Allí había tres balones de gas, habitaciones de triplay y un depósito. Hubert no volvió a salir.

Llegaron periodistas de América, Panamericana, RPP, ATV. Instalaron sus cables y apuntaron sus cámaras y sus luces a la quinta.
Mujeres de distintas edades, en pijama o en bata, comenzaron a salir por la reja. Se pusieron a mi lado. Una señora le dijo a su hija:
Tu auto se ha quemado, qué vas a hacer ahora. Mira la casa.
Mamá, no importa, lo material se recupera. ¡Hemos salido!
Minutos después, un hombre de unos sesenta años, acompañado por dos bomberos, salía a la calle con el pecho semidesnudo, raspones en la espalda, el cabello chamuscado. Dijo a los periodistas que estaba bien. Hablaba con las manos. Se las vi, sus dedos estaban quemados.
Ahí está Julio, dijo la chica que acababa de abandonar la casa en llamas.
¿Quién es?, le pregunté. Yo era testigo de un incendio. En ese instante dejé de serlo.
Él alquilaba un cuarto al costado del mío. Hemos saltado por la ventana a los tendales del patio. Yo le tengo miedo a las alturas, pero salté primero. Él no quería. Esto es una película, no está pasando. Es igual como cuando murió mi papá, hace 4 años. No lo puedo creer.
¿Qué pasó?
No lo sé. Yo estaba durmiendo. Comencé a escuchar ruidos y creí que nos estaban robando. Alguien golpeaba mi puerta. Me escondí en el clóset y llamé a los bomberos para avisarles del asalto. Me dijeron que tenía que llamar al 105. Ellas son mis hermanas. Han salido con mi mamá por la azotea. Ellas dormían ahí.
Pensé: ¿Qué habría pasado si Rosa decía en esa primera llamada que era un incendio? Si le abría la puerta a Hubert -para ella, un ladrón- ¿él se salvaba o moría ella también?
Roxana, la hermana menor, cargaba un pekinés.
Solo pensaba en Floppy, me dijo. Tiene siete años.
Mamá, me voy a ver a mi enamorado, dijo Juani, la de en medio.
Señora, ¿cómo salieron de la azotea?, pregunté.
Nos subimos a una silla y caminamos por la calamina que da al techo de la vecina. Hemos saltado. De allí hemos salido. Ya me acuerdo de ti, me dijo, una vez hablamos porque yo iba a ir a limpiar tu casa.
Sí, nunca fue.
“Señora, ¿qué ha pasado?”, irrumpieron los periodistas. Ella se cogió la cabeza, tartamudeó. Rosa la jaló del brazo. Más tarde si quieres, cuando estés más tranquila.
El líder de los Serenos les pidió permiso para llevar al depósito el balón de gas que habían desactivado los bomberos y les dijo que podrían pasar a buscarlo en cualquier momento. Rosa le dijo que lo último que le importaba era el balón y que podía hacer con él lo que quisiese. Me contó que podía ver a su hermana escapando por el techo, mientras ella seguía en la ventana decidiendo si valía la pena saltar o no, porque creía que su mamá había muerto. Cuando salió de la casa y vio a su familia con vida, sana, solo podía pensar en las llaves que tenía en la guantera del auto.
Soy gerente asistente del Interbank, me dijo. Habiendo inquilinos en su casa, creía que el lugar más seguro para guardar las llaves de la bóveda era la guantera de su carro. El auto dormía en el pasadizo de la quinta, porque el garaje estaba habitado.
¿Quieres que hable con el comandante para que te ayuden a sacar las llaves?
Rosa recuperó las llaves, unos discos, un tapasol. Solo servían las llaves. El motor del auto estaba quemado, los asientos destrozados, las llantas derretidas pegadas al piso.


Rosa, su madre y sus hermanas son las herederas de la casa junto con las tres hermanas del padre. La casa está en litigio. Le pregunté a Rosa si necesitaba saber cómo había quedado su casa y cuándo podrían volver a habitarla. Le dije al comandante que ella era la dueña.
¿Tú eres la dueña?
Sí.¿Tú eres la dueña?
Sí, una de ellas.
Adentro hay un muertito. ¿Quién puede ser?
Es Hubert. Es el único que no ha salido.
Hubert… ¿Qué?
No sé su apellido.
Ya.
¿Cuándo podremos volver a la casa?
En dos días esto se seca. El calor no ha sido tan fuerte. Pero llamen a Defensa Civil para que sus ingenieros vengan a evaluarla. Ven, te voy a mostrar tu casa.
Acompáñame.
Estábamos a punto de ingresar a la casa cuando Rosa preguntó dónde estaba el muerto. No ingresamos. A solas le pregunté al comandante cómo se llamaba y por qué había muerto Hubert.
Respiró gases y luego se quemó, me dijo César Goñi. El cuerpo se encoge, los dientes se exponen. Graficó esto con las manos. Eso no es nada, lo peor es ver criaturas.
Yo quería que me dijese que Hubert había muerto por falta de solidaridad. ¿Cómo logra salir un perro en brazos de un incendio y no una persona? Si todos hubiesen pensado como familia sin serlo, habrían salido juntos, se habrían llamado. El comandante me dijo que todo lo que había en la casa era peligroso: escaleras estrechísimas, madera, balones de gas, cuartos tugurizados llenos de maletas, papeles, discos, etc.
Todo lo que hay en esa casa es ilegal.
El tragaluz de cuatro metros de alto que conectaba las escaleras con el segundo piso se había convertido en una chimenea. La llamarada que vi salía de allí. En los peldaños guardaban bolsas de lejía.
La mamá de Rosa me dijo después:
Yo sabía que algo así iba a pasar, quería llamar a la municipalidad para que se llevase toda la madera, pero no era mía.
Ella, Roxana y Rosa se quedaron a dormir en mi casa. A Juani la recogió su enamorado. Cuando llegaba a casa vi que los chicos de la cochera sí habían tenido que sacar los carros y cuadrarlos por la zona. Les dije que podían distribuirse entre la cama del cuarto de visitas, el sofá, y que una podía dormir conmigo. Se miraron y dijeron que todas dormirían en la cama del cuarto de visitas, pues había suficiente espacio para las tres. Me sentí tan estúpida: era obvio que debían estar juntas. Les ofrecí mi cama. Les pregunté si querían bañarse. Les di ropa nueva porque su ropa olía a incendio. Todas estábamos en pijama. Yo también olía a incendio. Un olor que persiste muy adentro de la nariz, un olor que lo cubre todo sin dejar que las imágenes se conviertan en recuerdo.
Ellas lloraban, conversaban, se movían en la cama. Pese a que susurraban, podía escucharlas, escuchar mis pensamientos sin comas: un hombre ha muerto esta noche yo le he comprado jugo varias veces pero nunca le vi la cara su familia no sabe nada él mañana iba a ir a trabajar como cualquier día ahora ya no está. Ellas no podían apagar la luz, discutían al respecto, y yo estaba aliviada de que un halo se filtrase desde su habitación a la puerta del cuarto de visitas.

A las cinco de la mañana las chicas me jalaron del brazo:
¡Se está incendiando de nuevo!
Ellas veían ahora desde mi ventana lo mismo que yo había visto horas antes: una llamarada larga, anaranjada, azul. Convencimos a Roxana y a su mamá de que se quedaran en mi habitación; no dejaban de hablar ni de apuntar la mirada a cualquier parte. Con Rosa corrimos de la mano hasta su casa. Los vecinos se preguntaban por qué los bomberos no habían apagado “bien” el fuego. Les gritaban a los Serenos que había más balones de gas en la azotea.
De nuevo, no, me dijo Rosa. De nuevo, no.
¿Qué tiene tu casa que no se apaga?, le pregunté, es una maldición.
No sé, no entiendo. ¿Dónde están los bomberos? ¿Por qué no están acá ahora?
Llegaron los mismos bomberos con los uniformes sucios y las caras sudorosas; venían de otra comisión. Se movían igual de rápido, pero se veían jorobados. Era la manera en que sus cuerpos admitían que los equipos sí pesan veinte kilos cuando se está en la calle toda la madrugada. La luz de sus linternas frontales atravesó una cortina de humo en el techo de la casa. Los bomberos miran con precisión, como sus linternas.
Roxana y su mamá corrían hacia nosotras.
Había una pared y por eso no pudimos ver las construcciones de madera, nos dijo el comandante Goñi. Todo es inflamable, todo es ilegal en esa casa.
Por favor, bajen la llave de la luz, le pidió Rosa.
Créeme, todos los cables ya se fundieron.
América Noticias y ATV instalaron sus microondas en los techos de los edificios contiguos para salir en directo en los primeros noticieros del día. Sus cables se enredaban por encima de la manguera de los bomberos.
La reportera de América Noticias me había pedido el baño luego del primer incendio. Estaba de guardia, esperando a que llegase el fiscal a levantar el cuerpo de Hubert. Me dijo en mi casa que me recordaba de Canal N. Se prendó de mi Schnauzer. “Y te sigue a todos lados… qué tierna… tiene un hociquito lindo… mira cómo se mueve… yo también tuve un perro al que quería mucho… se lo quedó mi ex”. Al volver para el segundo incendio se había cambiado la blusa. Se dirigió a Rosa mientras se abotonaba y encajaba el micro en la axila:
Se volvió a prender, ¡Qué piña! Se volteó y le dijo a su colega de ATV:
No sabes, ella tiene una perrita linda, súper dulce…
Reconocí de pronto a un bombero amigo de Mauro y de Sebastián.
Yo cargué a esa chica, me dijo. Yo también trabajo en Interbank.
Le conté esto a Rosa. Recién allí me enteré que ella y su familia habían sido rescatadas. Este bombero recogía por tramos la manguera y avanzaba con ella sobre sus hombros hacia el camión de bomberos. Tenía puntos rojos en la frente; hasta que no lo tuve cerca, no supe que se trataba de esquirlas de madera pegadas al sudor. Estoy sudado, dijo, cuando Rosa le agradeció. Ella le dijo que no le importaba. Él pidió a los periodistas que movieran sus cables para acabar de guardar la manguera.
ATV, gritó, tus cables.
Los canales quieren entrevistas para sus noticieros, mi mamá y yo, ¿qué digo?, me preguntó Rosa.
Solo pide ayuda, respondí. No digas que se ha prendido dos veces tu casa en una sola noche, es como que un rayo caiga dos veces en un mismo sitio, es una locura. Dile a tu mamá que también pida ayuda. Que pasen tu cuenta de Interbank, no lo sé.

Rosa mostró en el noticiero de ATV cómo habían quedado su casa y su carro, ya lejos de la entrada. Pasaron su número de celular sobre la nota para llamadas de donaciones. Momentos antes había llegado su tío. Era el turno de la periodista de América Noticias. También quería salir en vivo delante de la casa, dentro de la quinta. Tú sales después de esta nota, le dijo.
Rosa tenía el retorno en la oreja.
Estamos aquí con Rosa Portugal, cuya casa ha quedado reducida a cenizas.
Eso no es cierto, pensé, y justo cuando Rosa pedía ayuda, una mujer ingresó al pasadizo preguntando por Hubert. Se puso a llorar apenas vio la casa.
Un momento Rosa, aquí ha llegado aparentemente una familiar del señor Hubert, quien ha muerto en el incendio. Señora, ¿qué?...
Yo soy su cuñada, señorita, nos hemos enterado cuando hemos visto la televisión…Rosa se sacó el retorno y lo colocó en el hombro de la periodista.
Pobrecita, yo sé que la señora es la noticia ahora, pero no quiero dejar de pedir ayuda, me dijo.

Fuimos donde el comandante:
Saquen todo, no dejen nada adentro. Saquen todo ahora, porque se puede volver a prender.
A la quinta habían llegado las otras herederas de la casa y la abuelastra de Rosa, con quienes no se hablaban en años. Ellas le alquilaban el garaje a Hubert. “Hubert… ¿qué?”, les habían preguntado los bomberos. No sabemos su apellido, respondieron.
El tío de Rosa subió a la azotea. Lanzó cosas empapadas al pasadizo de la quinta. Una alfombra manchó la pared de una casa. Arrojó otra alfombra, aún humeante.
Apáguenla, traigan agua, pidió Rosa. Yo voy por agua.
No hay agua, le dijo su vecina, nos han cortado el agua. El camarógrafo de ATV capturaba de rodillas un primer plano de la alfombra humeante. Dijo que él la apagaría. Era cosa de darle vuelta, porque había agua en el piso. Dijo que antes le haría “unas tomas de apoyo”.
Apáguenla, volvió a pedir Rosa. Era las siete y media de la mañana. La claridad del día permitía ver cómo había quedado la casa. Una casa negra entre dos casas verdes. Llegó un amigo de Interbank y Rosa le entregó las llaves mientras le decía que tenían que activar el plan de contingencia. Él le dijo que no se preocupase. Le regaló dos bolsas de dormir. Se abrazaron. Rosa lloró por primera vez.

Volvíamos a mi casa con Rosa y Roxana; su mamá se iba a la posta, cuando una chica de un edificio cercano les alcanzó una mochila con ropa y útiles. Rosa parece una escolar, pero tiene 26 años. Lleva el pelo castaño suelto a la altura de los hombros y habla con una voz suave, como la de su mamá. Es imposible imaginar que puede enojarse. Estudiaba arquitectura, su vocación, cuando murió su papá y tuvo que dejarla. Con su sueldo estudiaba administración, una carrera postiza que también le gusta. La dejará para ahorrar para un departamento. Dos vecinas les ofrecieron cuartos donde quedarse por un tiempo. Se activaba la cadena de solidaridad.
Nos sentamos al sofá de mi sala. El teléfono de Rosa comenzó a timbrar. Me dijo que no quería hablar con nadie. Eran sus amigas del Interbank, del colegio.
¿Cómo se reconstruye una casa? O sea, ¿por dónde comienzo?
Llegaron las amigas que habían visto las noticias. Algunas trabajan en la torre del banco sobre el Zanjón, muy cerca de mi casa. Le dijeron que ya habían hablado con todos para ver cómo la ayudaban. Rosa lloraba de forma intermitente. Roxana estaba en mi cuarto, durmiendo.
¿Cómo se reconstruye una casa? Yo no podía saltar, porque creía que mi mamá había muerto.
Me duché para ir a trabajar. Les pedí que me esperaran antes de llevarse a las chicas a la posta para poder salir juntas y dejarles mis llaves. Ya era jueves, así que llamé a mi mamá para que no viniese a limpiar mi casa con su empleada, como hace todos los jueves. Supervisar la limpieza de mi casa le gusta. Sé que siente que me ayuda a vivir bien, como cuando vivía con ella. Yo estoy agradecida por eso. Le conté a grandes rasgos del incendio y de la familia de Rosa. Mi mamá se enojó porque le había prometido dejarle plata para su doctor:
Antes de ayudar a otros, ayuda a tu madre. Aunque le pedí que pasase por mi oficina para dársela -queda muy cerca de su clínica- me colgó el teléfono.

Apenas una amiga me preguntó cómo estaba me puse a llorar en mi cubículo.
Es que hubo un incendio, murió un señor, la familia…
Ah, no has dormido nada.
No, no es eso.
Es terrible, es muy fuerte, pero no puedes ponerte así. Mal que bien a ti no te ha pasado nada, no puede afectarte tanto.
Pasó otra amiga y me dijo:
¿Y esa cara de drama? ¿Qué te pasa? Yo siempre sonrío, pero mi cara no miente cuando me siento mal. ¿Por qué una sonrisa sí la soportan todos? Oh dios, qué pasaría si un día voy deprimida a trabajar. Ya lo he pensando varias veces.
Es que hubo un incendio, murió un señor, la familia…
¿Solo un muerto? Creí que habías dicho que había más muertos.
No he dicho eso, respondí. Pero ya se iba por el pasillo a una reunión.Quería hacerlo para liberarme, pero no pude seguir llorando. Me tapé la cara un rato, mis dedos todavía olían a incendio. Un ser humano muerto cuenta. Uno solo. No somos culpables, pero es nuestro muerto también, sepamos o no su apellido. Yo también tengo mamá y hermanos. Yo también quisiera que alguien se pusiera en sus zapatos en un momento así. Si mi propia madre no lo entendía…

Volví a casa luego del largo día de trabajo. Rosa y Roxana almorzaban a las 6:30 p.m. pollo a la brasa. Más amigas y amigos estaban con ellas.
Recién puedo comer, me dijo. Arrancaba tiras de pollo con el tenedor, todas volvían al plato.
Hay buenas noticias. Un gerente regional del banco nos ha prestado su casa en La Perla por dos meses, nadie vive allí. En dos meses más, si es que se puede, me ayudarán para un crédito hipotecario con Mivivienda. Han abierto una cuenta para depositarme plata. Se están mandando mails. Todos nos están apoyando.
Los gerentes han dejado sus meetings, dijo una chica, se han remangado las camisas y han ido a sacar las cosas. La municipalidad ha prestado dos camiones y ya están llevando todo a La Perla.
¿Por qué las noticias nunca informan lo qué pasa después?, les pregunté. Nos reímos.
Sabes, me dijo Rosa, Defensa Civil ha declarado mi casa inhabitable. Aquí está el papel. También han venido del Ministerio Público para que veamos lo del juicio, porque todos los documentos se han quemado. ¿Puedes creer que el fuego llegó a toda la casa, pero no a nuestros cuartos? Los electrodomésticos se perdieron, pero tenemos las camas y la ropa.
Después de un rato se fueron todos a la casa prestada.

De vez en cuando Rosa me envía mensajes de texto contándome cómo están. Donan a su vez la ropa que no les queda; su mamá quiere comenzar a buscar trabajo. Me llamó para contarme que Julio había muerto.
Pero salió caminando, le dije.
Él me decía en la ventana que se estaba quemando por dentro.
Una persona ingresó de nuevo a la casa en llamas y no salió. Él que salió no volvió.
Todavía no puedo creerlo.
Yo tampoco.
Vino a visitarme, a recoger unas donaciones que les habían preparado en mi oficina. Me trajo una lámpara que se enciende con una vela. Me dijo que escogió ese regalo a propósito para que no le tuviera miedo al fuego. Le dije que el olor del fuego no se me olvidaría nunca. Le prometí que iba a aprender a apagar mis incendios cotidianos. Ella me prometió lo mismo.
Todo ha cambiado, me dijo.
Sí, todo ha cambiado, le respondí.
Rosa me dice amiga y yo le digo amiga también.

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