domingo, 8 de febrero de 2009

W. / Frost contra Nixon

El peor trabajo del mundo es ser el presidente de Estados Unidos. Todos esperan que seas dios y solo eres un ser humano. A veces, el más estúpido y letal de todos. Bush será recordado por atacar a Irak, el "Eje del Mal", porque su vicepresidente confundió sedimentos agrícolas con cuevas donde Hussein escondería armas de destrucción masiva… porque el 10 % de las reservas mundiales de petróleo están allí. Nixon aportó a la consolidación del periodismo de investigación. Brindó a la jerga periodística su más notable corolario: "Gate", que se usará por siempre para cualquier error político de un presidente.

Dos películas nos muestran la “humanidad” de ambos ex presidentes: W., de Oliver Stone y Frost contra Nixon, de Ron Howard.

¿Qué tienen en común además de contar con el camaleónico Toby Jones (el Capote de Infamous) como actor secundario?
Que ambas están enfocadas en mostrar –a partir de la recreación de hechos reales– lo difícil que es para los hombres engrandecidos por el voto del pueblo reconocer sus propios errores y pedir perdón. Como malos padres, estos hombres concluyen desesperados: “yo solo quería hacer lo mejor”.
Ambas películas se olvidan de las caricaturas, los partidismos políticos, y buscan retratos que se parecen tanto a la verdad que uno quisiera estar en los zapatos de uno de esos escasos americanos que no votaron por Nixon ni por Bush.

En W., Josh Brolin (a quien le va muy bien interpretando a fracasados desde No es país para viejos), encarna a Bush Junior en todas sus etapas: deportista alocado, vago con sueños de grandeza, alcohólico iluminado, hijo rechazado, político ambicioso. Somos testigos de cómo este hombre pasa del analfabetismo social y político a ser considerado el hombre del pueblo, el merecedor del legado de George Bush padre. Conocemos la relación admiración-odio hacia su padre, venganza-celos hacia su hermano Jeb, a quien apenas vemos. Tampoco vemos a sus hijas, sino a la mujer más importante en su vida, además de su madre, Laura Bush, que permanece a su lado, siempre sonriente, siempre permisiva, en buenas y malas.

W. está en el estadio, pues ama el béisbol, ha sido dueño de su propio equipo, y escucha una ovación cerrada, enaltecidos patriotas coreando su nombre como al del mejor jugador. Aunque esa ovación solo está en su cabeza, se siente capaz de hacer grandes cosas: es el presidente designado por dios, con una voluntad tan fuerte como la de un niño encaprichado a un tesoro: la tarta de nuez de la Casa Blanca, la estatua caída de Hussein, las notitas de felicitación de un padre que nunca está seguro sobre qué hacer con él. Vemos a todo su entorno, los que se oponen a atacar Irak y cómo acaban poniéndose del lado del presidente para no estar contra él (Colin Powell, entre otros), y toda la hueste de inexpertos que en su momento fueron considerados los más capacitados (Dick Cheney, C. Rice, etc) y que se dividen al mundo como a la tarta que tanto ama el presidente.

W. muchas veces no quiere ser más que un regular guy que ve los partidos en la tele con una cerveza y conserva la atávica costumbre de escupir, no quiere ser más que el amable dueño de un perro de raza del cual sentirse orgulloso. Esta película, como la historia misma, demuestra que W. no es y no pudo ser más que eso.

En Frost contra Nixon, Ron Howard deja la sutileza de sus trabajos anteriores y nos revela al desafiante y aún poderoso Nixon post Watergate, que lamenta haber sido enviado al retiro en la soleada California, que no perdona a un pueblo que olvida lo bueno que sí hizo.

David Frost es interpretado por un excelente Michael Sheen y Richard M. Nixon por un inquietante Frank Langella.

David Frost es el animador de programas de espectáculos que paga en 1977 al ex presidente (con dinero de su propio bolsillo) para que le brinde una serie de entrevistas, las primeras luego de salir a trompicones de la Casa Blanca. Frost es británico, ni siquiera estadounidense, y no es visto más que como un conductor de Talk Show, incapaz de hacer una “entrevista seria” y menos a un viejo político del calibre de Nixon, que tanto conoce el poder del primerísimo primer plano en tv. Nadie imaginaría que lograría la confesión, las disculpas y hasta el respeto del ex presidente: ¡En la entrevista final, cuando ya todos hablaban de su ignorancia y condescencia! Aquí Nixon-Langella, reconoce por fin: “hay que cometer actos ilegales a veces cuando se es presidente”, “he cometido errores”, “estoy políticamente muerto”.

Dos películas totalmente recomendables que dejarán su propio legado: nadie sabe realmente cuál es la presión de ser –no el presidente de Estados Unidos- sino el ser el peor presidente de todos.

A propósito, creo que Oliver Platt sería excelente para encarnar a Alan García.

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