Comparto con ustedes este texto que escribí para el pasado número de Dedomedio.
Esta pregunta que te haces ahora y que la repiten desde los estudiantes de diseño gráfico de ISIL, hasta la mismísima Reina de Inglaterra, parece que ya tiene respuesta. Lo que importa ahora es descubrir de una vez por todas si el grafitero más cotizado del mundo es un rebelde antisistema, un manipulador figureti, o un artista con ganas de cambiar el mundo.
What the hell? En una calle del famoso barrio Notting Hill en Londres los peatones se detienen y se agolpan frente a un muro. Uno encuentra y lee en voz alta la firma mágica: Banksy, debajo de la pintura de unos monos que se ríen de los seres humanos. Algunos se perturban como si hubieran escuchado un Bang! Tocan la imagen casi en cámara lenta, como a un espectro de Lady Di. Otros maldicen y desaparecen rápidamente en la neblina. Meses más tarde, el grafiti se subasta por más de 400 mil dólares: la tarifa no incluye la extracción ni la reposición de la pared. El coleccionista y el artista tienen algo en común: el anonimato.
Así estaban las cosas hasta que, hace algunas semanas, el diario británico “The Mail On Sunday”, reveló –luego de un año de investigación- la supuesta identidad del escurridizo grafitero. Robin Gunningham, de 34 años, fue reconocido por algunos de sus compañeros de colegio y también por antiguos vecinos, a partir de la foto que tomó Peter Dean Rickards en 2004 en Jamaica. Aunque la imagen apareció ese mismo año en internet, el agente de Banksy, Steve Lazarides, aseguró que no se trataba de su cliente. En ella el supuesto Banksy, arrodillado frente a una pared, tiene una lata de spray en la mano. Scott Nurse, quien asistió con Gunningham a la escuela, dice que era especialmente talentoso para el arte, que todo el tiempo hacía ilustraciones, y que no le extrañaría nada que sea Banksy. Uno de los tantos artistas que ha expuesto con él, Luke Egan, aumentó la expectativa al decir que: “en aquel momento Gunningham todavía no era Banksy”. La nueva pregunta entonces es: ¿Dónde carajos está Gunningham? Al parecer ni sus padres, Peter y Pamela, lo saben.
Rompiendo mitosEn la Franja de Gaza, donde solo hay muerte, una niña con unos globos en esténcil negro intenta volar al otro lado de ese muro que levanta todas las diferencias entre un país que existe, Israel, y otro que aun no, Palestina. Y Banksy dice al respecto, porque sí da entrevistas, aunque de manera anónima: “como grafitero tienes que hacer una peregrinación al muro más grande del mundo en algún momento de tu vida. Es la estructura política más injusta hoy en día”.
Los más importantes museos
de Nueva York también son “atacados” por Banksy. En ellos aparecen cuadros que quiebran la indiferencia y el sopor del visitante, más no la estética. En el Museo de Brooklyn: un venerable lord del siglo XVIII “ha pintado”, spray en mano, varios peace and love. En el Metropolitano de Arte, se trata de una dama con una máscara antigases. En el de Historia Natural, un escarabajo gigante tiene “antenas espías” y 4 misiles como alas. Una leyenda nos remite a su origen: Estados Unidos. El Museo de Arte Moderno (MOMA), luce el cuadro de una sopa de tomate que emula a la de Warhol. Sin embargo la sopa de Banksy es de las que se reparten gratis a los pobres y no tiene fecha de vencimiento.
Los administradores de los museos tardan más de 3 días en darse cuenta, en distinguirlas de las originales y todavía más en desmontarlas. Con el ego disparado, Banksy se burla –otra vez, ya había hecho algo similar en Londres- de la seguridad de los museos y justifica sus intervenciones: “fue el uso correcto de una barba postiza y pegamento de contacto. Mis obras merecían estar allí y no había por qué esperar”.
Arte urbano, pero lo compran los ricosUna semana después de que infiltrara en Disneylandia un muñeco inflable vestido como un prisionero de Guantánamo, Brad y Angelina, Jude Law y Keanu Reeves, se reúnen en su publicitada exposición en Los Ángeles. Un elefante rojo creado en tamaño real, con doradas flores de lis, está en una esquina de la habitación. Sobre una pared, la reinterpretación del mítico izamiento de la bandera estadounidense en Iwo Jima. Ahora se trata de un grupo de manifestantes alzándola sobre el techo de un auto. En otra más, el logo de Paramount Pictures dice Paranoid. Al ingresar, cada uno de los concurrentes, estrellas o no, ha recibido un volante que indica: “hay un elefante en la habitación. Hay un problema del que nunca hablamos. El caso es que la vida es cada vez más injusta. Billones de personas no tienen acceso al agua potable. Billones viven por debajo de la línea de la pobreza. Cada día cientos de personas se enferman por tontos que les dicen en las exposiciones cuán mal está el mundo, pero nunca hacen algo al respecto. ¿Alguien quiere una copa de vino gratis?”. No se sabe si alguno de los asistentes es Banksy. Pero vende. A lot. Porque los criticados por él, los más pudientes, son los que más adquieren su trabajo, lo financian sin que él se los haya pedido. Como dice el periodista Christopher Warren, quien lo entrevistó alguna vez: “es una paradoja. ¿Y él qué puede hacer?”. No se sabe tampoco si algo de lo que recibe lo dona a las causas que con tanta pintura defiende. A través de su agente ofrece en internet cada grabado a 500 libras, cerca de mil dólares. Se puede decir que vende “barato” frente a la millonada que pagan los admiradores por llevarse los muros con sus grafitis. Al parecer los más beneficiados son los que compran y luego venden sus obras. Banksy se preocupa por subir a internet cada una de sus piezas y piratearse, ya sea para democratizar un arte de por sí popular como el grafiti, seguir provocando al mundo con sus mensajes, o para darse todavía más publicidad. Sus creaciones son siempre un manifiesto armado de ironía: la Mona Lisa sosteniendo una bazooka sin perder esa media sonrisa tan suya; dos policías de Londres en un beso francés; la niña víctima del Napalm, cuya foto expuso al mundo los horrores de Vietnam, llevada de las manos por Ronald McDonald y Mickey Mouse.
Y es en Los Ángeles donde Banksy tira una noche cualquiera un pedazo de pizza de anchoas a la basura. Alguien lo recoge y lo subasta en ebay por 102 dólares, asegurando que el comprador podrá analizar al fin su ADN.
Paris Hilton versus Bansky
En Inglaterra se anota otro hitazo, aprovechándose de un hit ajeno. Es el lanzamiento del disco de Paris Hilton en todo el país y Banksy lo ha recorrido para “tomar” 500 copias y darle un toque más artístico e histriónico a la portada. Y lo hace de 2 formas tan maléficas como divertidas. En una la Hilton está sin top y en la otra, además del topless, ha perdido la cabeza y ahora lleva la de un chihuahua (como los que le encanta combinar con una cartera rosa). Ninguno de estos dos “aportes” le hace gracia a la heredera cabeza hueca.
Nacido para joder
Lo que sí se sabe con certeza es que este vándalo profesional, como él mismo se define, es rubio y viste como Eminem. Su ciudad natal: Bristol, al suroeste de Inglaterra, donde el grafiti está más vivo que nunca. Banksy se refugia muchas veces en la anónima oscuridad. En las madrugadas puede instalar los andamios que necesita para esas obras que son más altas que él. Ya a los 14 años recorría las calles con una lata de spray de pintura para autos. En su libro Muro y pieza, explica que: “estábamos poniendo siempre llega tarde en el vagón de un tren. De pronto llegó la policía y salimos corriendo. Pero yo me arañé con las espinas de un arbusto y no tuve tiempo de alcanzar nuestro auto. Mis amigos se fueron. Me escondí debajo de un camión de basura. El motor estaba a la altura de mi cara: un hilillo de aceite se filtraba y me caía en la cabeza. Estuve así durante una hora, mientras oía a los policías en los rieles, buscándonos. Decidí cambiar de táctica o dejarlo: tenía que tardar menos tiempo en pintar. Entonces vi que el tanque del motor del camión tenía letras pintadas con una plantilla. Yo podía hacer lo mismo con letras mucho más grandes”. Desde entonces emplea la técnica del esténcil. Si haces memoria, la hemos aprendido todos en el nido: “pon esta plantilla sobre el papel. Ahora remoja el cepillo de dientes en varios colores. Pasa tu dedo por la punta del cepillo y rellena la figura”. Es simple, barata, rápida: impecable. Luego de que casi lo atrapan pintó cuanta calle y parque se le cruzó, con ratas que se salían de las alcantarillas, de los buzones, de las puertas de las casas, de los carteles, siempre integrándose al espacio público. El Ayuntamiento las borraba sin respiro. En 2000 organiza su primera exposición en Bristol. Pudo oler su éxito, escondido en algún rincón de la galería. Viaja a Londres y luego a otras ciudades de Europa antes de dar el gran salto a Estados Unidos. Con cada grafiti callejero arranca más de un: Oh my God!, hasta que sus intervenciones en las paredes se convierten en “arte para llevar”.
Nunca llega tardeVuelve a su ciudad natal a pintar, entre otras cosas, el marco de una ventana: un hombre en terno se asoma a través de ella, mientras su mujer, en ropa interior, intenta retenerlo. Aferrado al marco con una sola mano se encuentra, desnudo, el amante. Banksy ha escogido –y lo sabe- el blanco perfecto: la pared de un edificio que alberga un bar, una clínica que trata enfermedades de transmisión sexual y unas dependencias del Ayuntamiento. ¿Se debía quitar o no el grafiti del hijo pródigo? Una consulta popular decidió –por abrumadora mayoría- que se quedase, para siempre. Pese a las protestas de algunos políticos conservadores, ahora se reparten volantes que permiten a los inspectores de los trenes que pasan por Bristol, diferenciar entre un grafiti hecho por Banksy, y los que no. Los Banksy no se borran.
Lo juzgan, pero lo admiran
Entre sus críticos están sus propios colegas del arte callejero, aquellos que ahora pueden grafitear impunemente por ciertas calles de Londres. Admiran su empatía y genialidad, sin embargo, no dudarían en gritarle “vendido” y arrojarle pizza de anchoas si alguna vez lo reconocen debajo de su gabardina favorita a lo Truquini.
Todo en Banksy sigue siendo contradictorio: puede ser lo que se sabe de él y lo que oculta. Robin Gunningham o cualquier otro nombre. Un vándalo, un figureti, un héroe, el secreto mejor guardado del arte contemporáneo. Un anarquista que se disfraza para poder hacer lo que le venga en gana sin que lo atrapen. Un activista que busca ante todo el arte y logra mantener esa difícil perspectiva entre legado, nombre y personaje. Un artista que espía desde un andamio o aferrado al marco de una ventana lo que el mundo dice de él.
Alguien siempre pagará una millonada por una pared pintada por Banksy, y su aparente cruzada habrá sido injusta: que el arte tumbe lo que en verdad nos divide. Si se colocasen al mismo tiempo todos sus grafitis en un solo muro, podríamos observar –de un vistazo- cada una de las miserias de nuestra especie. Y luego quizás hacer algo.