jueves, 13 de diciembre de 2007

Una cabaña para escribir


Hoy he vuelto de El Tigre, a una hora en tren y media más en Catamarán desde Buenos Aires. Anita, una amiga de Valeria, nos prestó su casa, toda de madera, con el buen gusto de una mansión y la humildad de una cabaña. Las brillantes aguas del Delta lustran las escaleras de los muelles, algunos blancos, otros con bancas y letreros. Una hamaca, una colcha sobre el césped, una mesa amarilla. Nos sentamos a tomar el sol en la mañana, los barcos cargaban flores, piedras, pasajeros; tuve que sacarme el reloj. Camino de piedras, pinos, pan. Estábamos en Villa Laura, frente al restaurant Acu-Acu y me puse a leer.
Hacía rato que quería subrayar algunos pasajes de Mientras escribo, pero en el campo no hay lapiceros, podía al fin leer y recordar. Y llegó lo que Stephen King llama un entorno mágico para escribir: "... una cabaña para ti solo, rodeada de pinos, con ordenador, disquetes nuevos..., el camastro en la habitación de al lado, para la siesta". Todo este tiempo soñando con una cabaña para escribir, todo este tiempo. Levantarme muy temprano con el sol en los párpados; el cotilleo de los pájaros, el zumbido de una mosca contra el mosquitero, la carrera al agua desde el muelle, el barro en los pies. Un Mississipi personal tan lejos y tan cerca, tan dentro que por ahora me basta.

No hay comentarios: