Son dos de mis escritoras más queridas y ahora que por fin están en librerías El aliento del cielo de McCullers y los Cuentos completos de O´Connor, es un buen momento para reproducir este texto que publiqué hace un par de meses en Dedomedio.
La voluntad de la fatalidad
Carson McCullers y Flannery O´Connor hubieran podido respetarse, intoxicarse una de la otra, porque sus vidas transitaron siempre paralelas al mítico río que configuró su territorio literario. Nacidas y criadas en Georgia, fueron testigos privilegiados de la misma realidad: Los campos atravesados por el Mississipi, el Sur que perdió la guerra, la esclavitud, el racismo que fermentó al Ku Klux Klan.
Por eso sus obras, inspiradas en la fatalidad, los seres extraños y conflictuados, el influjo del imaginario colectivo, las convirtieron en representantes del llamado “gótico sureño”. Un universo en el que los monstruos siempre son personas, todo lo bello es valorado en contraste con lo repugnante y lo trágico suele ser comedia brutal. Una tradición literaria que comenzó con Mark Twain, despegó con William Faulkner, Katherine Anne Porter, Eudora Welty, y sigue dando batalla con Cormac McCarthy.
Un par de publicaciones en español nos acercan a la importancia de su obra. Los Cuentos completos de Flannery O´Connor, de Lumen, con prólogo de Gustavo Martín Garzo. Y El aliento del cielo, prologado y comentado por Rodrigo Fresán para Seix Barral, que recoge los cuentos de Carson McCullers y las novelas cortas Reflejos en un ojo dorado, Frankie y la boda y aquel “extraño cuento de hadas” como calificó a La balada del café triste.
La relación a distancia estuvo llena de malos entendidos
Comenta Fresán en El aliento del cielo que Carson McCullers constantemente denunciaba a los escritores que creía la habían plagiado, entre ellos Truman Capote, Harper Lee y Flannery O´Connor. “Cuando se le preguntó si había leído el último libro de relatos de O´Connor, respondió: Bueno, lo empecé y no lo he terminado. Pero lo leí lo suficiente como para darme cuenta de cuál es la escuela a la que asistió, y tengo que admitir que ha aprendido muy bien la lección.” En respuesta O´Connor dijo de Reloj sin manecillas de McCullers: “Absolutamente la peor novela que he leído.”
Pero existen varios sutiles puntos de contacto
Ambas se formaron con las experiencias de su infancia, y coincidieron en escoger su segundo nombre por masculino. Conocieron el éxito siendo aun jóvenes, y en algún momento de sus vidas visitaron la colonia artística de Yaddo, Nueva York; sus novelas fueron llevadas al cine por el mismo director, John Huston. No tuvieron suerte en el amor, y murieron por enfermedades que las condenaron al dolor y la postración.
Mary Flannery O´Connor nació en 1925 en Savannah, como única hija de una familia católica en tierra de protestantes. La espiritualidad de la región marcó desde un inicio su escritura, tanto como la muerte de su padre, de lupus, en 1941. A los doce años se mudó con su familia a Milledgeville, donde su madre tenía un rancho, para estudiar en el Georgia State College for Women. Continúo su aprendizaje en la Universidad de Iowa. Tomó clases de escritura creativa con Paul Engle y luego obtuvo un Master. Tenía 21 años cuando publicó su primer cuento, El geranio. Una historia que mostró el interés de O´Connor por la psicología de los personajes, a partir de un narrador omnisciente y distante que conduce al lector de la mano hasta una explosión irónica, reveladora, que parece liberarlos:
“El negro lo acompañó por el corredor, agarrándolo del brazo. Seguro que daba la impresión de que iba enlazado al brazo de aquel negro.
Fueron derechitos a la puerta del viejo Dudley. Y ahí el negro le preguntó:
-¿Es de por aquí?
El viejo Dudley negó con la cabeza, la vista clavada en la puerta. Todavía no había mirado al negro. Mientras subían las escaleras, no había mirado al negro.
-Ya verá –le dijo el negro-, es un sitio estupendo… cuando se acostumbre.”
O´Connor escribía sobre la ciudad que teme o rechaza a los emigrantes, la imposibilidad de comunicación, la violencia del silencio. También sobre la religión inoculada en la sangre desde el nacimiento –el libre albedrío para violar el designio de Dios, el bien y el mal, la tradición bíblica, la misericordia. La fe-. Porque la gracia, la redención y la solvencia moral conforman su mundo. Escribió sobre esos temas como los que vulneran el equilibrio natural de las cosas para instaurar otro orden. En Un hombre bueno es difícil de encontrar, uno de sus cuentos más famosos, un asesino, El Desequilibrado, es reconocido por la abuela de una familia que hace un viaje en auto. Es ella, racional y religiosa –todo lo juzga-, la egoísta que abre la boca primero, obligándolo a matarlos. Y el asesino dice de sí mismo: “Me hago llamar el Desequilibrado porque no puedo hacer que las cosas malas que he hecho se correspondan con lo que he soportado durante el castigo”.
La voluntad de la fatalidad
Carson McCullers y Flannery O´Connor hubieran podido respetarse, intoxicarse una de la otra, porque sus vidas transitaron siempre paralelas al mítico río que configuró su territorio literario. Nacidas y criadas en Georgia, fueron testigos privilegiados de la misma realidad: Los campos atravesados por el Mississipi, el Sur que perdió la guerra, la esclavitud, el racismo que fermentó al Ku Klux Klan.
Por eso sus obras, inspiradas en la fatalidad, los seres extraños y conflictuados, el influjo del imaginario colectivo, las convirtieron en representantes del llamado “gótico sureño”. Un universo en el que los monstruos siempre son personas, todo lo bello es valorado en contraste con lo repugnante y lo trágico suele ser comedia brutal. Una tradición literaria que comenzó con Mark Twain, despegó con William Faulkner, Katherine Anne Porter, Eudora Welty, y sigue dando batalla con Cormac McCarthy.
Un par de publicaciones en español nos acercan a la importancia de su obra. Los Cuentos completos de Flannery O´Connor, de Lumen, con prólogo de Gustavo Martín Garzo. Y El aliento del cielo, prologado y comentado por Rodrigo Fresán para Seix Barral, que recoge los cuentos de Carson McCullers y las novelas cortas Reflejos en un ojo dorado, Frankie y la boda y aquel “extraño cuento de hadas” como calificó a La balada del café triste.
La relación a distancia estuvo llena de malos entendidos
Comenta Fresán en El aliento del cielo que Carson McCullers constantemente denunciaba a los escritores que creía la habían plagiado, entre ellos Truman Capote, Harper Lee y Flannery O´Connor. “Cuando se le preguntó si había leído el último libro de relatos de O´Connor, respondió: Bueno, lo empecé y no lo he terminado. Pero lo leí lo suficiente como para darme cuenta de cuál es la escuela a la que asistió, y tengo que admitir que ha aprendido muy bien la lección.” En respuesta O´Connor dijo de Reloj sin manecillas de McCullers: “Absolutamente la peor novela que he leído.”
Pero existen varios sutiles puntos de contacto
Ambas se formaron con las experiencias de su infancia, y coincidieron en escoger su segundo nombre por masculino. Conocieron el éxito siendo aun jóvenes, y en algún momento de sus vidas visitaron la colonia artística de Yaddo, Nueva York; sus novelas fueron llevadas al cine por el mismo director, John Huston. No tuvieron suerte en el amor, y murieron por enfermedades que las condenaron al dolor y la postración.
Mary Flannery O´Connor nació en 1925 en Savannah, como única hija de una familia católica en tierra de protestantes. La espiritualidad de la región marcó desde un inicio su escritura, tanto como la muerte de su padre, de lupus, en 1941. A los doce años se mudó con su familia a Milledgeville, donde su madre tenía un rancho, para estudiar en el Georgia State College for Women. Continúo su aprendizaje en la Universidad de Iowa. Tomó clases de escritura creativa con Paul Engle y luego obtuvo un Master. Tenía 21 años cuando publicó su primer cuento, El geranio. Una historia que mostró el interés de O´Connor por la psicología de los personajes, a partir de un narrador omnisciente y distante que conduce al lector de la mano hasta una explosión irónica, reveladora, que parece liberarlos:
“El negro lo acompañó por el corredor, agarrándolo del brazo. Seguro que daba la impresión de que iba enlazado al brazo de aquel negro.
Fueron derechitos a la puerta del viejo Dudley. Y ahí el negro le preguntó:
-¿Es de por aquí?
El viejo Dudley negó con la cabeza, la vista clavada en la puerta. Todavía no había mirado al negro. Mientras subían las escaleras, no había mirado al negro.
-Ya verá –le dijo el negro-, es un sitio estupendo… cuando se acostumbre.”
O´Connor escribía sobre la ciudad que teme o rechaza a los emigrantes, la imposibilidad de comunicación, la violencia del silencio. También sobre la religión inoculada en la sangre desde el nacimiento –el libre albedrío para violar el designio de Dios, el bien y el mal, la tradición bíblica, la misericordia. La fe-. Porque la gracia, la redención y la solvencia moral conforman su mundo. Escribió sobre esos temas como los que vulneran el equilibrio natural de las cosas para instaurar otro orden. En Un hombre bueno es difícil de encontrar, uno de sus cuentos más famosos, un asesino, El Desequilibrado, es reconocido por la abuela de una familia que hace un viaje en auto. Es ella, racional y religiosa –todo lo juzga-, la egoísta que abre la boca primero, obligándolo a matarlos. Y el asesino dice de sí mismo: “Me hago llamar el Desequilibrado porque no puedo hacer que las cosas malas que he hecho se correspondan con lo que he soportado durante el castigo”.
Para los personajes de O´Connor la fe es al mismo tiempo una tenebrosa carga y un alivio supremo, una experiencia que debe ser compartida. “Escribo para un auditorio que no sabe lo que es la gracia y que no la reconoce cuando la ve. Todos mis relatos tratan sobre la gracia en un personaje que no la desea, por eso la mayoría de la gente piensa que las historias son duras, sin esperanza, brutales.” Defendió la libertad de crear y a la escritura como don. A una lectora que le reprochó su pesimismo y le pidió escribir para elevar el corazón de la personas, le respondió: “Si usted hubiera tenido el corazón en su lugar se habría elevado… Quien no tiene esperanza no sólo no escribe novelas sino que no las lee”. Reconocía la importancia del acontecimiento en su obra. Sobre La buena gente del campo, la historia de una muchacha con pata de palo y un falso vendedor de biblias que se la roba, dijo: “Es un cuento que produce un shock en el lector y creo que la razón de este shock es que antes ha sido así para el escritor”.
Luego de vivir en Yaddo, pasó en 1949 una temporada en Connecticut junto con Robert y Sally Fitzgerald, sus futuros albaceas literarios.
El lupus, que había acabado con su padre, comenzó poco tiempo después a castigarla de manera lenta y progresiva. Para terminar su primera novela, Sangre sabia, volvió a su rancho, Andalusia. Este espacio le brindó un fuerte entorno para desarrollar su ficción. “Escribo todos los días al menos dos horas y paso el resto del tiempo en sociedad con los patos”. La crianza de patos, gansos, pavos reales, fue su segunda pasión. Los recreó los trece años que le quedaron de vida.
Triunfal, como la cola de un pavo real, ingresó Carson McCullers en la literatura. A los 23 años alcanzó la fama y la atención de la crítica con su primera novela. El corazón es un cazador solitario trata sobre la amistad entre dos sordomudos y la eterna soledad:
“Los mudos no tenían amigos y, exceptuando sus horas de trabajo, estaban siempre solos. Pasaban tanto tiempo solos, que todos los días eran iguales y ya nada parecía perturbarlos.”
Había nacido en Columbus en 1917. Con un innato talento para la música, estudió piano con Mary Tucker, la primera mujer por la que sintió devoción. A los quince contrajo fiebre reumática. Un mal diagnóstico devino en diecisiete internamientos a lo largo de su vida y la inmovilización del lado izquierdo del cuerpo a los veintinueve. Con una sola mano escribió durante diez años.
Fue por su frágil salud, sumado al traslado de Mary Tucker a otra ciudad, que abandonó el futuro que le esperaba como concertista y comenzó a escribir con la misma entrega que dedicó en un inicio a la música. Pero nunca la dejó del todo, pues supo hacerle un espacio en su universo creativo, como en Madame Zilensky y el rey de Finlandia.
Leer a los grandes escritores rusos en la adolescencia le permitió comprender y comprometerse con las divisiones de su región. Escribió: “Se puede considerar al ruso y al sureño como tipos nacionales que tienen en común ciertos rasgos psicológicos perfectamente reconocibles (hedonismo, imaginación, pereza, sensibilidad)-una verdadera semejanza de primos hermanos-.”
A los 18 se enamoró de Reeves McCullers, un oficial que aspiraba a escritor. Dos años después se casaron. Funcionaban en las contradicciones, en las interminables peleas, en el alcoholismo que finalmente los atrapó. Se divorciaron y se volvieron a juntar, condenados el uno al otro. Ambos eran homosexuales. Reeves vivía en la vergüenza y acabó suicidándose en 1953, mientras Carson se enamoraba de una manera compulsiva y no ocultaba su obsesión por las mujeres. A la escritora suiza Annemarie Clarac-Schwarzenbach le dedica la entonces controversial Reflejos en un ojo dorado.
En 1941 se internó en Yaddo, donde escribió casi toda su obra: La balada del café triste, Frankie y la boda, y Reloj sin manecillas.
Nueve años más tarde, a los cincuenta, murió.
Pese a su agnosticismo, sus personajes, a veces discapacitados tanto física como emocionalmente, están marcados por la compasión y la irreversible búsqueda del amor. “Supongo que mi tema central es el de la soledad espiritual”, “No me gustaría vivir si no pudiese escribir… La escritura no es sólo mi modo de ganarme la vida: es como me gano mi alma… es mi modo de buscar a Dios”.
Según la crítica, O´Connor es la maestra del cuento; consigue escaparse del melodrama, aunque a veces no de cierto tufillo moralizante. Mientras tanto, McCullers es la dueña de la novela de una manera consecuente con su historia espiritual. Dos escritoras con sangre sabia que consiguieron el milagro de que las palabras permanezcan transformándose continuamente en la memoria de sus lectores.
Luego de vivir en Yaddo, pasó en 1949 una temporada en Connecticut junto con Robert y Sally Fitzgerald, sus futuros albaceas literarios.
El lupus, que había acabado con su padre, comenzó poco tiempo después a castigarla de manera lenta y progresiva. Para terminar su primera novela, Sangre sabia, volvió a su rancho, Andalusia. Este espacio le brindó un fuerte entorno para desarrollar su ficción. “Escribo todos los días al menos dos horas y paso el resto del tiempo en sociedad con los patos”. La crianza de patos, gansos, pavos reales, fue su segunda pasión. Los recreó los trece años que le quedaron de vida.
Triunfal, como la cola de un pavo real, ingresó Carson McCullers en la literatura. A los 23 años alcanzó la fama y la atención de la crítica con su primera novela. El corazón es un cazador solitario trata sobre la amistad entre dos sordomudos y la eterna soledad:
“Los mudos no tenían amigos y, exceptuando sus horas de trabajo, estaban siempre solos. Pasaban tanto tiempo solos, que todos los días eran iguales y ya nada parecía perturbarlos.”
Había nacido en Columbus en 1917. Con un innato talento para la música, estudió piano con Mary Tucker, la primera mujer por la que sintió devoción. A los quince contrajo fiebre reumática. Un mal diagnóstico devino en diecisiete internamientos a lo largo de su vida y la inmovilización del lado izquierdo del cuerpo a los veintinueve. Con una sola mano escribió durante diez años.
Fue por su frágil salud, sumado al traslado de Mary Tucker a otra ciudad, que abandonó el futuro que le esperaba como concertista y comenzó a escribir con la misma entrega que dedicó en un inicio a la música. Pero nunca la dejó del todo, pues supo hacerle un espacio en su universo creativo, como en Madame Zilensky y el rey de Finlandia.
Leer a los grandes escritores rusos en la adolescencia le permitió comprender y comprometerse con las divisiones de su región. Escribió: “Se puede considerar al ruso y al sureño como tipos nacionales que tienen en común ciertos rasgos psicológicos perfectamente reconocibles (hedonismo, imaginación, pereza, sensibilidad)-una verdadera semejanza de primos hermanos-.”
A los 18 se enamoró de Reeves McCullers, un oficial que aspiraba a escritor. Dos años después se casaron. Funcionaban en las contradicciones, en las interminables peleas, en el alcoholismo que finalmente los atrapó. Se divorciaron y se volvieron a juntar, condenados el uno al otro. Ambos eran homosexuales. Reeves vivía en la vergüenza y acabó suicidándose en 1953, mientras Carson se enamoraba de una manera compulsiva y no ocultaba su obsesión por las mujeres. A la escritora suiza Annemarie Clarac-Schwarzenbach le dedica la entonces controversial Reflejos en un ojo dorado.
En 1941 se internó en Yaddo, donde escribió casi toda su obra: La balada del café triste, Frankie y la boda, y Reloj sin manecillas.
Nueve años más tarde, a los cincuenta, murió.
Pese a su agnosticismo, sus personajes, a veces discapacitados tanto física como emocionalmente, están marcados por la compasión y la irreversible búsqueda del amor. “Supongo que mi tema central es el de la soledad espiritual”, “No me gustaría vivir si no pudiese escribir… La escritura no es sólo mi modo de ganarme la vida: es como me gano mi alma… es mi modo de buscar a Dios”.
Según la crítica, O´Connor es la maestra del cuento; consigue escaparse del melodrama, aunque a veces no de cierto tufillo moralizante. Mientras tanto, McCullers es la dueña de la novela de una manera consecuente con su historia espiritual. Dos escritoras con sangre sabia que consiguieron el milagro de que las palabras permanezcan transformándose continuamente en la memoria de sus lectores.
2 comentarios:
Jajaja, me ganas con las novedades!
El libro de Carson McCullers llegó hace 2 semanas a Crisol y todavía no lo he hojeado...
Un besote,
Andrea.
-muy lindo tu blog
-me encantaría cambiarte tres ejemplares del mío por uno tuyo
Publicar un comentario