Máncora es por ahora un paraíso de animales muertos. Pelícanos buscan a la gente para morir a sus pies. Peces globo. Caballitos de mar. Tortugas. Bufeos. Estáticos y con los ojos muy, muy abiertos, como si hubieran querido ser testigos de su propia asfixia en la arena cruel. No es posible caminar por los kilómetros y kilómetros de playas sin sentir que me he equivocado de lugar. Los gallinazos sobrevuelan torpes con verdugos ojos y esperan. Sé que he visto antes imágenes parecidas, en revistas.
Todavía es posible olvidarme de todo: de la ciudad, de las luces, de los gritos, de los pendientes, de los tiempos, de los animales muertos. Corro a la ola como un pez que puede volver a casa. La sombra me cubre la espalda, la veo avanzar y ganarme. Manos de agua me tiran de los pies. Podría quedarme aquí abajo mucho tiempo, habitar un lugar entre la espuma, una pequeña casa silenciosa.
Cada vez salen menos burbujas de mi boca.
Todavía es posible olvidarme de todo: de la ciudad, de las luces, de los gritos, de los pendientes, de los tiempos, de los animales muertos. Corro a la ola como un pez que puede volver a casa. La sombra me cubre la espalda, la veo avanzar y ganarme. Manos de agua me tiran de los pies. Podría quedarme aquí abajo mucho tiempo, habitar un lugar entre la espuma, una pequeña casa silenciosa.
Cada vez salen menos burbujas de mi boca.
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