Todos coleccionamos algo, hallado, heredado, robado, o lo almacenamos sin saber que lo coleccionamos: pelos, cartas, uñas, cuadernos, mocos contra la mesa de noche. A veces conservamos estas colecciones que solo a nosotros nos importan en sencillas cajitas que otros abren con sorpresa. Yo voy por los libros, las estampillas, las monedas, las mesas de noche antiguas.
Paul Mawhinney, coleccionista de EE.UU, archivó desde 1967 tres millones de vinilos (de 33, 16, 45 y 78 revoluciones por minuto) y 300 mil discos compactos. Los acaba de vender en 3 millones de dólares a un anónimo irlandés, una bicoca para lo que había invertido. Incluso tenía piezas únicas de 10 mil dólares: "Un disco de los Rolling Stones que nunca salió al mercado, un promocional que solo circuló para algunas emisoras de FM, así como los primeros sencillos en 45 rpm que Elvis Presley sacó con el sello Sun Label". Escuchar todos sus discos le habría tomado 34 años. Los vendió porque a los 68 años la salud le comenzó a fallar. Y detesta los MP3 que comprimen la música en vez de expandirla.
Me pregunto: ¿Seríamos capaces de despojarnos de los tesoros amados?